VALERIANO SILVA FRANCO - JOSE GALLEGO ILLESCAS
LA GUARDIA CIVIL
EN LAS CAMPAÑAS DE MARRUECOS
(1909-1927)
(Historia de la participación de la Guardia Civil)
La editorial Almena Ediciones, especializada en Historia Militar, acaba de publicar su nueva obra "LAS CAMPAÑAS DE MARRUECOS (1909-1927)", que con elaborados textos, sus 301 páginas y 306 fotografías, se convierte en la más documentada y completa de cuantas pueden encontrarse actualmente.
Asimismo desde la óptica de la Guardia Civil, constituye la primera vez en la literatura militar e historiadora que se aborda y profundiza en un trabajo de conjunto como es éste, la participación de nuestro Instituto en aquellas Campañas.
Sus autores, "los más prestigiosos especialistas españoles en la materia", según afirma en su introducción Dionisio García, reconocido Africanista y Doctor en Relaciones Internacionales, acercan al lector de una manera amena, y no por ello menos científica, a todo lo ocurrido en el campo militar marroquí desde 1909 a 1927.
Se tratan de Carlos Lázaro Avila, Doctor en Geografía e Historia; José Luis de Mesa Gutiérrez, Licenciado en Derecho e Historiador; Roberto Muñoz Bolaños, Licenciado en Geografía e Historia y Diplomado en Derecho; y Jesús Narciso Núñez Calvo, Comandante de la Guardia Civil y habitual colaborador del Servicio de Estudios Históricos del Cuerpo; coordinados todos ellos por el prestigioso Africanista Antonio Carrasco García.
La obra, tras una breve introducción que sirve para ambientar al lector en aquella singular época, va abordando minuciosamente la Campaña del Rif de 1909, la Campaña del Kert de 1911, el nacimiento del Protectorado de España en Marruecos, las diferentes operaciones militares acontecidas durante toda esa década; el desastre de Annual que costó la vida a más de 8.000 soldados españoles y que implicó el desmoronamiento de la Comandancia General de Melilla; las operaciones de reconquista; el histórico y decisivo desembarco de Alhucemas en 1925; y por último el periodo de acciones que culminaron en 1927 con la victoria española sobre las kábilas rebeldes lideradas por Abd-el-Krim.
A continuación se trata del inestimable papel desempeñado por la Aeronáutica Militar, cuya forja tuvo precisamente por escenario el territorio de Marruecos, así como la importante y desconocida participación de la Armada, a través de las Fuerzas Navales de Operaciones del Norte de Africa y los batallones expedicionarios de Infantería de Marina.
Por último, y también de la mano del Comandante Núñez, que dedica las 45 páginas del extenso capítulo de la Guardia Civil a la memoria del recientemente fallecido Capitán Armando Oterino Cervelló, africanista y antiguo colaborador de esta Revista, comienza afirmando que "sería injusto dejar de reconocer y glosar la meritoria, abnegada y sacrificada labor llevada a cabo por unos hombres que bajo el credo de su fundador, el Duque de Ahumada, contribuyeron a escribir algunas de las páginas más honrosas y gloriosas de nuestra historia en Marruecos".
Con el afán de que la presencia y actuación de la Guardia Civil en las Campañas de Marruecos, dejen de ser para el lector unas grandes desconocidas, el autor inicia su relato con la denominada Guerra de Africa (1859-1860), en donde las fuerzas del Instituto acompañaron y combatieron en las filas del ejército expedicionario de operaciones que cruzó el estrecho, jugando un destacado y brillante papel.
Seguidamente va relatando con todo lujo de nombres, detalles, datos y disposiciones, el nacimiento y sucesivas reorganizaciones y plantillas de las Comandancias de la Guardia Civil de Melilla y Ceuta; la participación en las Campañas de Melilla (1893-1894), del Rif (1909), del Kert (1911) y demás operaciones militares, desempeñando funciones de policía militar, de represión del contrabando de armas y de seguridad pública en el Protectorado; la creación de la sección mixta de Larache, la Comandancia de Marruecos y del 28º Tercio de Marruecos, con cabecera en Ceuta; el desastre de Annual de 1921; el desembarco de Alhucemas en 1925 y siguientes acciones hasta alcanzarse la victoria en 1927.
Singular mención y dedicación merece el capítulo dedicado a glosar el heroísmo de la Línea de Nador y los Puestos de Nador, Segangan, San Juan de las Minas y Zeluán, durante las trágicas jornadas del verano de 1921, que supuso en alguno de los casos la muerte de todos los Guardias Civiles que lo componían.
En definitiva la obra ofrece al lector una amena y completa visión de aquella crucial época para la Historia de España, magníficamente ilustrada por una privilegiada colección de más de trescientas fotografías, inéditas en su mayoría, obtenidas de numerosos archivos oficiales y particulares.
Reseña bibliográfica: Las Campañas de Marruecos (1909-1927). Editorial Almena Ediciones. C/ Silva nº 5 - 1º, Madrid-28.013. Teléfono y fax: 91 559 19 96. ISBN: 84-930713-7-4.
Recensión publicada en la "Sección Libros y Revistas" de la "REVISTA GENERAL DE MARINA", nº 242 (Enero-Febrero 2002)
SECCION DE LIBROS Y REVISTAS.
Autores: DE MESA, José Luis; LAZARO, Carlos; MUÑOZ, Roberto, y NUÑEZ, Jesús: Las Campañas de Marruecos (1909-1927). - Editorial Almena Ediciones. Madrid, 2001. 301 páginas. Ilustraciones
Cumplidos el 75º y 80º aniversarios del desembarco de Alhucemas (1925) y del
"desastre" de Annual (1921), la editorial Almena Ediciones, especializada en
libros de historia militar, ha publicado una de las obras más documentadas y
completas de cuantas pueden encontrarse actualmente sobre las campañas españolas en el norte de Africa.
Sus autores, que cuentan ya con diversas publicaciones en su haber, son "los
más prestigiosos especialistas españoles en la materia", según afirma en su
prólogo Dionisio García, reconocido africanista y doctor en Relaciones
Internacionales, además de colaborador de nuestra REVISTA, consiguiendo acercar al lector de una manera amena, y no por ello menos científica, a todo lo
acontecido en aquel periodo.
Se tratan de Carlos Lázaro Avila, doctor en Geografía e Historia; José Luis de
Mesa Gutiérrez, licenciado en Derecho e historiador; Roberto Muñoz Bolaños,
licenciado en Geografía e Historia y diplomado en Derecho; y Jesús Narciso Núñez Calvo, comandante de la Guardia Civil y colaborador del Servicio de Estudios Históricos de dicho Instituto; coordinados todos ellos por el prestigioso africanista e historiador Antonio Carrasco García.
La obra, tras una breve introducción que sirve para ambientar al lector en
aquella singular época, va abordando minuciosamente la Campaña del Rif de 1909; la Campaña del Kert de 1911; el nacimiento del Protectorado de España en Marruecos; las diferentes operaciones militares de esa década; el desastre de Annual de 1921 que costó la vida a más de 8.000 soldados españoles; las
operaciones de reconquista; el histórico y decisivo desembarco de Alhucemas en
1925; y por último el periodo de acciones que culminaron en 1927 con la victoria española sobre las cábilas rebeldes lideradas por Abd-el-Krim.
A continuación se trata del inestimable papel desempeñado por la Aeronáutica
Militar, cuya forja tuvo precisamente por escenario el territorio de Marruecos; la vital y desconocida participación de la Armada, a través de las Fuerzas Navales de Operaciones del Norte de Africa y los batallones expedicionarios de Infantería de Marina; así como por último la sacrificada y también desconocida actuación de la Guardia Civil.
Realmente puede afirmarse que esta obra, y en ello reside buena parte de su
valor, constituye la primera vez en la literatura historiadora militar que se
aborda y profundiza en un trabajo de conjunto la actuación de todas las fuerzas terrestres, navales y aéreas a lo largo del periodo citado.
Mención especial merece el extenso capítulo sobre la Armada, que profusamente ilustrado con fotografías inéditas en su mayor parte procedentes de colecciones particulares, dedica Jesús Núñez a su bisabuelo, Francisco Núñez Quijano, comandante por aquel entonces del crucero "Princesa de Asturias", buque insignia de las Fuerzas Navales del Norte de Africa.
El autor, nieto de Narciso Núñez de Olañeta, segundo comandante del
guardacostas "Uad Ras", protagonista también de aquellas aguas, aborda su
exposición lamentándose de que el factor naval en estas campañas siga siendo un
gran desconocido, cuando sin su participación no se habrían podido escribir
muchas de las más gloriosas páginas de su historia.
Seguidamente y respecto a la Escuadra va relatando la campaña naval del Rif,
adentrándose en las primeras acciones navales, la creación de las Fuerzas
Navales de Operaciones del Norte de Africa, la represión del contrabando de armas, las Fuerzas Navales de la Mar Chica, el apoyo naval a las sucesivas campañas terrestres sin olvidarse del papel jugado por los submarinos; y por supuesto el histórico desembarco de Alhucemas y las operaciones que le sucedieron hasta la victoria final de 1927.
Las unidades expedicionarias de Infantería de Marina, de las que el autor
afirma que más que desconocidas han sido las grandes ignoradas por los
historiadores de estas campañas, tienen también un amplio protagonismo y se
detallan minuciosamente sus vicisitudes.
En definitiva la obra ofrece al lector una amena, rigurosa y completa visión de
aquella crucial época para la Historia de España, magníficamente ilustrada por
una privilegiada colección de más de trescientas fotografías, inéditas en su
mayoría, obtenidas de diversos archivos oficiales y particulares."
LA GUARDIA CIVIL
EN LAS CAMPAÑAS DE MARRUECOS (1909-1927)
Dedicatoria:
A la memoria del capitán de la Guardia Civil Armando Oterino Cervelló (1924-1999), insigne investigador africanista.
INTRODUCCIÓN
Al igual que sucede con la Marina de Guerra, la presencia y actuación del Benemérito Instituto de la Guardia Civil en las Campañas de Marruecos, continúan siendo bastantes desconocidas, incluso por buena parte de los historiadores e investigadores de esa época.
Sin cuestionar en momento alguno el protagonismo que, junto a las propias kabilas rifeñas rebeldes, tuvo siempre el Ejército español en dicho teatro de operaciones, sería injusto dejar de reconocer y glosar la meritoria, abnegada y sacrificada labor llevada a cabo por unos hombres que bajo el credo de su fundador, el Duque de Ahumada, contribuyeron a escribir algunas de las páginas más honrosas y gloriosas de nuestra historia en Marruecos.
La Guardia Civil llegó por primera vez a aquel territorio en el mes de noviembre de 1859, al objeto de prestar el servicio de campaña en las fuerzas expedicionarias militares españolas que allí se proyectaron con ocasión de la denominada Guerra de África.
Un siglo después, el 30 de noviembre de 1960, a los cuatro años de concederse la independencia a Marruecos, el 7 de abril de 1956, regresaban a Ceuta los últimos efectivos de la Compañía de Tetuán tras ser relevados en sus misiones de seguridad pública por la Gendarmería Real que completaba así su despliegue.
En esos cien años de historia, la Guardia Civil desempeñaría, y muy especialmente durante las Campañas de Marruecos como se verá a continuación, dos misiones bien diferentes: por un lado, el llamado servicio de campaña, ejerciendo funciones de policía militar, y por otro, el de seguridad pública, muy similar al peculiar que realizaba en el resto del territorio nacional.
La historia de la Guardia Civil en el norte de África y, muy singularmente, en las sucesivas Campañas de Marruecos que acontecieron entre 1909 y 1927, no está, al contrario que la del Ejército, escrita por la actuación o ejecución de brillantes y victoriosas operaciones de grandes unidades o columnas mandadas por los más prestigiosos generales o coroneles de la época.
En cambio si está forjada, en la mayor parte de las ocasiones, por heroicas y beneméritas conductas individuales. Ello se debió, por un lado, a que sus efectivos eran reducidos (su plantilla en ese periodo nunca alcanzó la cifra de 700 hombres) y por otro, a que se encontraban diseminados por todo el Protectorado en pequeñas unidades, de entidad puesto o destacamento, compuestas en su mayoría por un cabo y cuatro o cinco guardias.
Por todo ello, y sin entrar nada más que lo imprescindible en las operaciones militares, suficientemente tratadas por otros autores en la presente obra, se va a ilustrar al lector de cual fue la organización, uniformes, armamento, recompensas, despliegue, evolución y labor llevada a cabo por las fuerzas allí destacadas del Benemérito Instituto de la Guardia Civil así como el breve relato, por lógicas razones de espacio, de parte de las sencillas pero muy honrosas actuaciones de quienes desde los empleos más modestos de la milicia supieron hacer del honor, como reza el artículo 1º de su reglamento, la principal divisa.
ANTECEDENTES HISTÓRICOS
La Guerra de África (1859-1860)
La vinculación y presencia del Benemérito Instituto de la Guardia Civil en Marruecos data casi de los tiempos de su fundación. Concretamente, sería a raíz de la denominada Guerra de África, motivada por la destrucción de unas fortificaciones en el exterior de Ceuta, por parte de la kabila de Anyera, durante la noche del 10 de agosto de 1859. Agravaba el hecho el que un escudo de España, labrado en piedra, hubiese sido arrojado al mar.
El 22 de octubre, las Cortes españolas, al no recibir a tiempo las satisfacciones exigidas al sultán de Marruecos, declararon la guerra, dándose por real decreto de 3 de noviembre, el mando del denominado Ejército de Observación sobre la costa de África, que se había empezado a organizar en el Campo de Gibraltar dos meses antes, al teniente general Leopoldo O’Donnell, a la sazón presidente del gobierno.
Dado el buen resultado que habían dado varias unidades de la Guardia Civil en la Campaña de Portugal de 1847, se decidió que fuerzas del citado Instituto acompañaran al ejército expedicionario. Ya por aquel entonces y dado que la Guardia Civil no contemplaba en su reglamento el servicio específico a prestar en campaña, se había dictado por el Ministerio de la Guerra una real orden de 7 de junio de 1847, aprobando “Las Instrucciones para el servicio de las Secciones de la Guardia Civil que se destinaran a los Ejércitos de Operaciones”.
Ejemplos del entusiasmo con que fue acogida la nueva campaña entre sus filas, son los casos del sargento de Caballería Mariano Rives, destinado en el 4º Tercio de la Guardia Civil, que solicitó ser seleccionado aunque fuese ostentando el empleo de guardia de 2ª clase; del cabo de Infantería Francisco Centeno Pérez, perteneciente al 7º Tercio, que renunció a la licencia absoluta que le correspondía y se reenganchó por el tiempo que durase la nueva campaña; del guardia de 1ª clase de Caballería, Miguel Castellano Montón, también del 4º Tercio, que al estar licenciado embarcó por su cuenta con destino a África y al llegar allí volvió a reengancharse, renunciando expresamente a la gratificación correspondiente, etc.[1].
En el mes de septiembre ya se había destinado a aquella gran unidad un contingente de la Guardia Civil, bajo el mando de un segundo capitán de la clase de comandantes del Ejército, formado por una sección de Infantería y otra de Caballería, integradas por 36 y 25 hombres respectivamente.
Convertido el Cuerpo de Ejército de Observación en Ejército de Operaciones, se consideraron insuficientes los efectivos de la Guardia Civil asignados inicialmente, procediéndose, por real orden de 28 de octubre, a reforzarlos hasta alcanzar un total de 75 clases y guardias de Infantería y 78 de Caballería, con 75 caballos.
Como jefe de aquella fuerza se nombró al primer capitán Antonio Armijo Ibáñez, siendo sus oficiales los segundos capitanes Enrique Gallego Villegas y Juan Rabadán Miranda, y los tenientes Ricardo Rada Martínez, Juan Troyano Mata, Teodoro Camino Alcobendas y Eustaquio López de Letona.
El mencionado contingente, que desembarcó en Ceuta el 27 de noviembre, fue fraccionado en secciones que se adscribieron a los cuarteles generales de cada división, al objeto de cuidar del orden y policía de sus campamentos, así como de servir de escolta a los generales jefes de las mismas y muy especialmente de Leopoldo O’Donnell.
Si bien los efectivos de la Guardia Civil no estaban destinados a combatir directamente contra el enemigo, se verían obligados a hacerlo por las vicisitudes de la propia campaña, destacándose singularmente por su arrojo y valor en las acciones de Sierra Bullones, Francisco de Asís, Reducto de Isabel II y Camino de Tetuán. El más distinguido de todos ellos sería el teniente Teodoro Camino, que alcanzó sucesivamente en aquella campaña los empleos de capitán y comandante por méritos de guerra, y quien el 23 de marzo de 1860, durante la sangrienta batalla de Uad Ras, llegó a cargar hasta doce veces contra el enemigo al frente de la fuerzas de caballería de la Guardia Civil.
Cesadas poco después las hostilidades, gran parte del ejército expedicionario regresó al Península y con él también la mayor parte del contingente de la Guardia Civil. Tan sólo una sección de Infantería, compuesta por 40 hombres, al mando del teniente Francisco Díaz Iglesias, y otra de Caballería integrada por 25 jinetes, a cuyo frente estaba el teniente Tomás Pieta Rivera, quedó prestando servicio durante un tiempo en Tetuán.
La Guardia Civil tendría en aquella campaña 10 muertos y 11 heridos, siendo recompensada con 1 Encomienda de Carlos III, 11 Cruces de San Fernando en sus diferentes categorías, 47 ascensos por méritos de guerra, 16 Cruces de María Luisa pensionadas y 132 cruces sencillas de María Isabel Luisa.
La Campaña de Melilla (1893-1894)
Habrían de transcurrir tres décadas para que la Guardia Civil volviera a pisar el norte de África y nuevamente sería como consecuencia de un conflicto armado. Éste estaría motivado por la matanza, el 28 de septiembre de 1893, de una casi una veintena de soldados españoles, según unas fuentes, o una treintena de soldados de Ingenieros y un centenar de presidiarios, según otras, que trabajaban en el campo exterior de Melilla en la construcción de un fuerte frente al cementerio musulmán y a la mezquita de Sidi-Auariach, así como el ataque y asedio rifeño, al mes siguiente, del fuerte de Cabrerizas Altas, durante el cual, el comandante general de Melilla, Juan García Margallo, encontró la muerte.[2].
El 30 de octubre, con el refuerzo de unidades procedentes de la Península enviadas urgentemente y entre los que se encontraban efectivos de la Guardia Civil, se conseguiría rescatar, tras un duro combate a bayoneta, a los defensores del mencionado fuerte.
El gobierno español, presidido por Antonio Cánovas del Castillo, decidió el envío de un ejército de operaciones, nombrando, el 25 de noviembre, como general en jefe al capitán general de Cataluña, Arsenio Martínez Campos, quien seis días después desembarcaría en Melilla con casi 20.000 hombres. En la fuerza expedicionaria se encontraba un sección de la Guardia Civil, al mando del primer teniente José Martínez Ibáñez, al objeto de prestar el servicio de campaña previsto ya en el reglamento de 5 de enero de 1882, similar al realizado en la pasada Guerra de África.
Sin embargo, los hombres del Benemérito Instituto pronto empezaron a realizar también otro tipo de misiones de gran importancia. Se trataba de la represión del nefasto y traidor contrabando de armas, llevado a cabo por algunos desalmados comerciantes españoles, que no dudaron en vender a los rifeños rebeldes armamento y municiones en abundancia.
Así, el día 6 de diciembre descubrieron, ocultos en una casa del barrio melillense del Polígono, un depósito clandestino, compuesto por 3 pistolas, 231 fusiles Remington de 11 mm y 32.000 cartuchos para los mismos. A uno de los detenidos se le ocuparon varios vales que acreditaban la venta anterior de otros 29.000 cartuchos más, a 125 pesetas el millar.
El día 7 se realizó un nuevo registro en otra vivienda de ese barrio y, escondidos en una alcantarilla de la misma, se aprehendieron 56 kilogramos de pólvora. El día 9 continuaron los registros, interviniéndose ocultos en tres baúles escondidos en el jardín, otros 53 fusiles Remington, lográndose detener diez días después a los responsables de dicha red de contrabando. El ya citado primer teniente Martínez Ibáñez y los de igual empleo, Antonio Pérez Pomar y Francisco Rojas Herrero, que habían llegado como refuerzo con más efectivos, serían condecorados por tan brillantes servicios.
Por otro lado se distinguiría individualmente y de forma extraordinaria en aquella campaña, el guardia civil Antonio Carro Barrios, quien, con gran riesgo de su vida, recuperó una partida de madera para fortificación que un temporal había arrastrado hacia el mar.
Dado que se comprobó la necesidad de que la Guardia Civil prestara dos tipos de servicios bien diferentes, el peculiar de seguridad pública y el de campaña, se decidió el envió a finales del mes de diciembre de nuevos refuerzos. Para atender al primero se envió al capitán Eusebio García Rivera, al frente de 3 tenientes, 2 sargentos, 8 cabos y 64 guardias, que obtendrían nuevos éxitos en la represión del contrabando de armas y municiones. Para atender las necesidades del propio Ejército de Operaciones y llevar a cabo las misiones de policía militar encomendadas, la sección inicial se vio aumentada en un centenar de hombres más.
Terminada la campaña mediante la firma, el 5 de marzo de 1894, del tratado de Marraquex, se dispuso, dos semanas después, el regreso del grueso de las fuerzas expedicionarias, salvo una parte que se quedaría para reforzar la guarnición de la plaza, fijándose también que se quedara en Melilla, para atender la seguridad pública, una sección de la Guardia Civil, al mando del teniente José Sanz.
Las Secciones de Melilla y Ceuta.
Por real decreto de 28 de marzo de 1894 se estableció que dicha unidad, integrada por 1 primer teniente y 35 hombres procedentes de la Comandancia de Madrid, debería quedarse allí hasta que se dispusiera del crédito necesario para organizarla con carácter permanente. Pocos días después, mediante una real orden de 2 de abril, se determinó que sus componentes debían pertenecer a la Comandancia de Málaga, fijándose su plantilla en 1 segundo teniente, 1 sargento, 2 cabos y 22 guardias, motivo por el cual se procedió al correspondiente relevo. Por real decreto de 9 de agosto dicha sección fue reforzada con otra más.
Por fin, dos años más tarde, y a propuesta del comandante general de la plaza, una real orden de 7 de marzo de 1896, confirmada por otra de 22 de septiembre, aprobó presupuestariamente la presencia de una sección fija de la Guardia Civil en Melilla, compuesta por 1 segundo teniente, 1 sargento, 2 cabos, 2 guardias 1º y 20 guardias 2º, que continuaría dependiendo de la Comandancia de Málaga y afecta a su 16º Tercio.
Poco antes, en junio de 1895, la Junta de Arbitrios de la plaza, antecesor histórico del actual Ayuntamiento, decidió acordar la construcción de una casa-cuartel en el barrio del Mantelete, al objeto de que pudieran alojarse las fuerzas del Benemérito Instituto destacadas en Melilla. Dicho acuartelamiento, todavía en uso hoy en día, se ocupó el 13 de agosto de 1896.[3].
Por otro lado, y viéndose el buen resultado de Melilla, se decidió, con ocasión de una reorganización y sustancial aumento de la plantilla del Benemérito Instituto, y en la que se cambiaba por última vez la numeración de los Tercios de la Guardia Civil, la creación, mediante real orden circular de la Sección de Estado Mayor y Campaña del Ministerio de la Guerra de 1 de julio de 1898, una sección fija en la plaza de Ceuta.
Dicha unidad, compuesta por 1 primer teniente, 1 sargento, 2 cabos, 2 guardias 1º y 30 guardias 2º de Infantería, dependería inicialmente de la Comandancia de Cádiz, quedando encuadrada a su vez en el también recién creado 18º Tercio, cuya cabecera se había ubicado en la capital gaditana.[4].
Ello motivaría, mediante real orden de 2 de julio, la supresión de la sección de Orden Público que hasta entonces existía en Ceuta, pasando el oficial y tropa que la constituían a sus respectivos cuerpos y debiendo entregar su acuartelamiento a la nueva sección de la Guardia Civil.
Prueba de la importancia de la presencia de la Guardia Civil en Ceuta y de las múltiples competencias que empezaron a asumir fue que, poco tiempo después, la Sección se convirtió en Compañía, que mandada por el capitán Eugenio Moro Pacheco, pasó a ser la 4ª de la Comandancia de Cádiz. Así, por otra real orden circular de fecha 23 de abril de 1900, que fijaba el nuevo cuadro orgánico del Instituto, se aprobaba su nueva composición: 1 capitán, 2 primeros tenientes, 1 segundo teniente, 5 sargentos, 4 cabos, 4 guardias 1º y 50 guardias 2º.
Por real orden de 30 de marzo de 1901, como consecuencia de la modificación del cuadro orgánico de la Guardia Civil, confirmada por otra de 3 de junio, se estableció que, a partir de la siguiente revista del mes de abril, el personal de tropa de la sección de Infantería de Melilla no sufriría variación, mientras que la compañía de Ceuta quedaba fijada en 2 sargentos, 8 cabos, 3 cornetas, 4 guardias 1º y 48 guardias 2º, manteniéndose el mismo número y empleo de oficiales.
Sin embargo, y como consecuencia de las necesidades de aumento de plantilla surgidas en las Comandancias de Huelva, Jaén y Orense, se dictaría una real orden circular de 12 de octubre de 1901, mediante la que se reducían los efectivos de la Guardia Civil en Ceuta a una sección de Infantería, compuesta por 1 primer teniente, 1 sargento, 2 cabos, 1 corneta, 2 guardias 1º y 24 guardias 2º.
Hasta 1909 las plantillas de las secciones de Ceuta y Melilla permanecerían inalterables y afectas respectivamente a las Comandancias de Cádiz y Málaga, aún a pesar de considerarse insuficientes para los numerosos servicios que allí prestaban. Ello era debido, en gran parte, a que los problemas de carácter social y político de la época obligaban a mantener el mayor número posible de efectivos de la Guardia Civil en la Península.
Sirva como ejemplo que España tuvo en 1905 cuatro presidentes de gobierno diferentes y se registraron más de 150 huelgas y numerosos atentados de corte anarquista, que fueron aumentando en los años siguientes. De hecho, el propio rey Alfonso XIII sufriría una sangriento atentado el mismo día de su boda, el 31 de mayo de 1906, en el que resultaron muertos varios miembros de su escolta.
LA CAMPAÑA DEL RIF
En enero de 1909 la Guardia Civil disponía en el norte de África de las dos secciones de Infantería ya citadas y desplegadas en las plazas de Ceuta y Melilla, siendo el objeto principal de su servicio el de carácter peculiar que prestaba de forma similar a las unidades ubicadas en el resto del territorio nacional.
Con motivo de aprobarse por real orden circular de 1 de febrero de ese mismo año el nuevo cuadro orgánico, la sección de Melilla experimentó un mínimo aumento, quedando su plantilla fijada en 1 primer teniente, 1 segundo teniente, 1 sargento, 2 cabos, 1 corneta, 2 guardias 1º y 19 guardias 2º, es decir 27 hombres, teniendo adjudicados sólo 2 caballos para uso de los oficiales.
No obstante, y a pesar de no aumentarse presupuestariamente su plantilla, se decidió concentrar en los primeros meses del año a más hombres procedentes de las comandancias peninsulares. De esta forma, a principios del verano de 1909, la plaza de Melilla contaba con 2 oficiales y 51 clases y guardias, siendo el más caracterizado de todos ellos el primer teniente Gerardo Alemán Villalón.
Cuando ocurren los sucesos del 9 de julio de 1909, que dan lugar al inicio de la llamada Campaña del Rif, en los que un grupo de rifeños rebeldes atacan a los obreros que trabajan en la línea de ferrocarril de Beni-Bu-lfrur de la Compañía Española de Minas del Rif, dando muerte a cinco de ellos, la Guardia Civil de Melilla cuenta sólo con los efectivos citados en el parrafo anterior.
Al conocerse la noticia del luctuosos suceso, el comandante general de la plaza, general de división José Marina Vega, ordenó responder inmediatamente a tal hecho, y una sección de la Guardia Civil, al mando del primer teniente Gerardo Alemán Villalón, se encontraría entre las unidades militares de la guarnición que salieron en persecución de los responsables.
A su regreso, y al igual que el resto de las fuerzas militares de la plaza, los componentes del Benemérito Instituto contribuirían a su defensa durante los primeros días, desarrollando seguidamente importantes misiones tendentes a asegurar el orden público y la represión del contrabando de armas y municiones.
A pesar de que inmediatamente empezaron a enviarse como refuerzo unidades expedicionarias del Ejército a Melilla, los graves problemas surgidos durante el embarque de tropas en el puerto de Barcelona a partir del 26 de julio y que darían lugar a la denominada Semana Trágica, no permitirían adscribir inicialmente unidades expedicionarias de la Guardia Civil.
Sería el 9 de octubre, con ocasión de ser destinado para el mando de la 2ª Brigada de la 1ª División el general Juan López Herrera, procedente de la Península, cuando se incorporaría un contingente de la Guardia Civil al mando de 1 capitán y compuesto por dos secciones, una de Infantería y otra de Caballería. La primera estaba integrada por 1 teniente y 42 hombres, mientras que la segunda lo era por otro teniente y 30 hombres.
Posteriormente, y para completar las necesidades de policía militar de las grandes unidades expedicionarias, se enviaron nuevos refuerzos del Benemérito Instituto que llegaron alcanzar en el servicio de campaña la cantidad de 5 oficiales, 95 clases y guardias así como 35 caballos.
Si bien en los diferentes archivos militares y del propio Instituto existe escasa documentación sobre el papel desempeñado por las fuerzas de la Guardia Civil en aquella campaña, así como aún menor bibliografía, si hay al menos constancia de alguna actuación puntual que bien pueden servir como ilustración y ejemplo de cual fue su meritoria y abnegada labor.
El 23 de noviembre moría víctima de una emboscada, el guardia 2º Francisco Martín González, que pertenecía al sección del teniente Antonio Escobedo Góngora, que había llegado a Melilla encuadrada en la División de Cazadores de Madrid, para prestar servicio de campaña.
Poco antes de amanecer, dos cantineros iniciaron con su carro la marcha desde el poblado de Tahuima en dirección al de Zeluán, siendo acompañados por el mencionado guardia civil, que iba a incorporarse al puesto de dicha población. Sin embargo, a medio camino fueron sorprendidos por un pequeño grupo compuesto por ocho rifeños, que abrieron fuego desde su apostadero situado detrás de unas piedras. Los dos cantineros, al oír la descarga, cortaron los atalajes de sus mulas y salieron huyendo montados en ellas, dejando abandonado a su suerte al guardia civil que iba montado en el carro.
El guardia Martín, parapetado tras el carro, repelió el ataque disparando con su fusil hasta que agotó sus municiones, siendo mortalmente alcanzado por el fuego enemigo. Antes de morir pudo inutilizar el cerrojo de su Mauser contra el eje del carro. Una vez que sus atacantes vieron que estaba muerto, se acercaron y se llevaron como botín su uniforme y el arma inutilizada. Su cadáver, recuperado por las fuerzas militares avisadas por los dos cantineros, fue enterrado con los correspondientes honores en la Alcazaba de Zeluán.
El 27 de noviembre 1909, con la sumisión formal de las kabilas de Beni Bu Ifrur y Beni Sidel, finalizaba la Campaña del Rif con la victoria de las fuerzas españolas, volviendo a reinar en la región un nuevo pero, desgraciadamente, no duradero periodo de paz.
A pesar de que, sorprendentemente, esta corta campaña no implicó en momento alguno aumento de las plantillas presupuestarias de ninguna de las dos secciones de Infantería de la Guardia Civil, ubicadas en las plazas de Ceuta y Melilla, tampoco significó que los comandantes generales de ambas estuvieran de acuerdo con ello, solicitando reiteradamente mayor número de guardias civiles.
La presencia de la Guardia Civil en esas plazas africanas se había mostrado extremadamente eficaz, tanto en el mantenimiento del orden y seguridad pública, como en la represión del contrabando de armas y cualquier otra actividad ilegal, no dejando por ello de ejercer su benemérita labor, como lo acredita una felicitación en 1911 del director general de la Guardia Civil.
Se trataría de la humanitaria labor llevada a cabo por los guardias 2º Miguel García Gómez y Valeriano Silva Franco, que estaban concentrados en el campamento de Beni-Sicar, prestando servicio de campaña, y que con gran riesgo de sus vidas, salvaron de morir ahogados a dos soldados que habían caído al Río de Oro.
Otras felicitaciones por servicios relevantes tendrían en Ceuta por protagonistas al primer teniente Arturo Blanco Horrillo, que, acompañado de dos de sus guardias, se internó en territorio enemigo para recuperar varias cabezas de ganado que le habían sido sustraídas al Ejército, así como por la detención de un indígena que se dedicaba a falsificar moneda española de dos y una peseta.
En cambio, en Melilla, el protagonismo correspondería al primer teniente Gerardo Alemán Villalón y a los guardias civiles José Sánchez Callejón y Miguel Medina Pérez, que, tras intensas investigaciones, lograron detener al autor de un robo de 25.000 pesetas y recuperar íntegramente el botín.
LA CAMPAÑA DEL KERT Y EL PROTECTORADO
En 1911, el rey Alfonso XIII desembarcaría en el puerto de Melilla e iniciaría una concurrida visita oficial, durante la cual la sección de Infantería de la Guardia Civil destacada en la plaza, participaría activamente en el dispositivo de seguridad que se estableció, acompañando a la comitiva real en cuantos desplazamientos realizó, tanto por la ciudad, como por su campo exterior, recibiendo el monarca español infinidad de muestras de adhesión y lealtad por parte de numerosos representantes indígenas.
Poco después, a partir del 24 de agosto, comenzarían una serie de operaciones militares tendentes al establecimiento de diversas posiciones fuertes en la desembocadura del río Kert, sito al oeste de Melilla, así como la elaboración de unos minuciosos trabajos topográficos que sirvieran para levantar una nueva cartografía, con datos reales tomados científicamente sobre el propio terreno.
Ello conllevaría penetrar militarmente, por primera vez, en un territorio que, aunque reconocido como zona de influencia española por la Conferencia de Algeciras, era realmente desconocido. Por tal motivo, las columnas españolas, mandadas por el general José García Aldave, avanzarían y reconocerían sin oposición alguna por parte de las kabilas de Beni Sidel y Beni bu Ifrur, si bien hubo que mantener continuas negociaciones, el oeste y el sur del Gurugú.
Sin embargo, cuando ya se había llegado a la margen derecha de la desembocadura del río Kert y se había procedido a su jalonamiento, se produjo el inesperado ataque a las fuerzas españolas por parte de los indígenas del Yebel Mauro (Monte Mauro), pertenecientes a la kabila de Beni Said, cuyo territorio se encontraba en la margen izquierda.
El general García Aldave, al comprobar que a la kabila de Beni Said se habían unido, bajo el mando de El Mizzian, parte de las kabilas de M’ Talsa y las más distantes de Bocoia y Beni Urriaguel, detendría el, hasta entonces, pacífico avance español y solicitaría el urgente envío de fuerzas expedicionarias procedentes de la Península, comenzando así realmente la denominada Campaña del Kert.
Nuevamente, con esas unidades de refuerzo desembarcarían en el puerto de Melilla algunas fuerzas de la Guardia Civil que, al igual que en la Campaña del Rif, acompañarían a las fuerzas militares prestando el tan necesario servicio de campaña. Sin embargo, los disturbios sociales que continuaban produciéndose con asiduidad en el territorio peninsular, no permitirían distraer de sus funciones de seguridad pública a muchos efectivos del Benemérito Instituto.
Con la ayuda de las unidades expedicionarias, se llevarían a cabo diversas operaciones militares de cierta envergadura y gran dureza, en algunos casos, pero que, realmente, no buscaban ir más allá del rubicón materializado por el río.
Finalmente, sin que llegaran a acontecer grandes batallas ni gestas especialmente singulares ni épicas, la Campaña del Kert se daría por terminada el 31 de octubre de 1912, cuando los elementos más belicosos de la kabila de Beni Said se replegaron sobre las cumbres del Mauro, donde se asentaron.
Poco después, el 27 de noviembre, se firmaría un tratado con Francia, en el que se delimitarían los derechos y obligaciones de España respecto al territorio que, hasta entonces, había sido zona de influencia, y que pasaba a ser protectorado, actuando dicho acuerdo como marco jurídico sobre el que se fundamentaba el derecho y la orientación de España en Marruecos.
Ya para entonces, los guardias civiles habían sabido, con su austero pero Benemérito y justo comportamiento, ganarse el respeto de los habitantes de aquellos lugares, siendo, en muchas ocasiones, suficiente la mera presencia de una pareja de aquéllos para restablecer el orden y la tranquilidad.
No sería hasta 1912 en que, tras reiteradas peticiones del Comandante General de Ceuta ante el Ministerio de la Guerra, y, en parte, como consecuencia de la situación creada por las operaciones militares llevadas a cabo en la región del Kert, y la previsible implantación del Protectorado español, se concedió por una real orden circular de 1 de junio, el aumento de 40 hombres más de Infantería para prestar servicio en aquella plaza. De esta forma, volvía constituirse, una década después, una nueva compañía creada sobre la base de la sección ya existente, que pasó, otra vez, a ser la 4ª de la Comandancia de Cádiz.
La plantilla de dicha unidad quedó fijada en 1 capitán, 2 primeros tenientes y 1 segundo teniente, siendo todos ellos plazas montadas, así como 3 sargentos, 6 cabos, 3 cornetas, 4 guardias 1º y 54 guardias 2º, es decir, en total, 74 hombres, efectivos todavía insuficientes para las misiones y competencias encomendadas. Los dos nuevos oficiales serían el capitán Juan Vara Terán y el primer teniente Isidoro López de Haro.
Dicho aumento no implicó variación en la plantilla presupuestaria general del Benemérito Instituto, que, tradicionalmente, siempre ha adolecido de semejante problema, sino que motivó la disminución de las plantillas de otras unidades. Concretamente, los tres nuevos oficiales se obtuvieron del Negociado de Incidencias de Ultramar, mientras que el resto de las clases y guardias se deducían de las comandancias barcelonesas del Este y del Oeste, así como de las territoriales de Jaén, Huelva, Madrid, Segovia, Cuenca, Córdoba, Sevilla, Castellón, Orense, Zaragoza, Granada, Albacete, Avila, Oviedo, León, Palencia, Burgos, Alicante, Málaga, Lérida, Tarragona, Salamanca, Zamora, Logroño, Soria, Teruel y las madrileñas del Norte y del Sur.
El capitán, con su plana mayor y una de las tres secciones que formaban la compañía, establecería su residencia en la misma ciudad de Ceuta. Dicha sección sería la encargada de velar por la seguridad pública de la plaza y su campo exterior. En cambio, las otras dos secciones procederían a distribuir a sus hombres en pequeños destacamentos por todos los campamentos militares para prestar el servicio de campaña.
Mientras, en la Península continuaban las agitaciones políticas y sociales, constantemente ensangrentadas por activistas anarquistas que llegarían a asesinar el 12 de noviembre de 1912, a José Canalejas, presidente del gobierno español.
Las tropas del general de división Felipe Alfau Mendoza, gobernador militar de Ceuta, entraban, pacíficamente, el 19 de febrero de 1913, en Tetuán, capital del nuevo Protectorado, similar, aunque no en extensión, al francés establecido el año anterior. La prensa del día siguiente titularía “La bandera de España tremola al viento sobre la Alcazaba de Tetuán como 53 años ha”, recordando así la primera entrada, realizada en 1860, por el general Juan Prim y Prats, futuro marqués de Castillejos.
Ese mismo año de 1913[5], por real orden de 27 de febrero, fruto de las reiteradas peticiones de seguir aumentando la plantilla de personal y ganado de la Guardia Civil ceutí, así como consecuencia de la ocupación de Tetuán y el establecimiento del Protectorado, se dispuso que la 4ª compañía de la Comandancia de Cádiz aumentase en 40 hombres y 36 caballos, procedentes, esta vez, de Caballería.
La vigilancia del campo exterior y los caminos que accedían a la plaza de Ceuta hacía imprescindible poder contar con fuerzas montadas, ya que, hasta entonces, sólo los oficiales disponían de caballos para prestar servicio, realizándolo a pie las clases e individuos de tropa. La nueva sección de Caballería sería mandada por el primer teniente Bernardo Sánchez Visaires.
La unidad, de carácter mixto, pasó, a partir de entonces, a estar integrada por 114 hombres: 4 oficiales (1 capitán, 2 primeros tenientes y 1 segundo teniente), 70 clases y tropa de Infantería (3 sargentos, 6 cabos, 3 cornetas, 4 guardias 1º y 54 guardias 2º) y otros 40 de Caballería (2 sargentos, 4 cabos, 1 trompeta, 3 guardias 1º y 30 guardias 2º).
Nuevamente fue necesario disminuir las plantillas de personal y ganado de dieciocho comandancias peninsulares para obtener esos nuevos 40 hombres. Así mismo, y por primera vez, se hizo constar en la mencionada real orden, dimanante de la Sección de Instrucción, Reclutamiento y Cuerpos diversos del Ministerio de la Guerra, que “la voluntad de S. M.” era que todos los individuos que se destinaran a dicha compañía mixta, fueran solteros o viudos sin hijos, a excepción de los sargentos, cabos y guardias 1º, que podían ser casados, si no los hubiera solteros.
Tan curiosa disposición, que ya había aparecido en las convocatorias internas del Instituto para formar parte de la Guardia Colonial de los Territorios Españoles del Golfo de Guinea, y que se reiteraría a lo largo de los años siguientes, estaba motivada, por un lado, por la dificultad de alojamiento que existía en los acuartelamientos de Marruecos para poder albergar a las familias, y, por otro, propiciar una mayor permanencia en la unidad, ya que se había constatado que el personal casado no solía llevarse allí a la familia y, al estar separado de la misma por tan largos periodos de tiempo, terminaban solicitando el regreso a la Península.
Aunque la misión principal de la Guardia Civil no era la de combatir en primera línea, su permanente y pronta disposición para ocupar los puestos de mayor riesgo y fatiga, le harían participar bien pronto en diversas acciones de guerra. Así, por ejemplo, en reconocimiento a la valerosa conducta acreditada en la ocupación de unas posiciones próximas a Ceuta, se concedió, por real orden circular de 15 de abril de 1913, la cruz de plata del mérito militar con distintivo rojo a 1 sargento, 2 cabos, 1 guardia 1º y 10 guardias 2º de la compañía mixta. [6].
Poco después, uno de aquellos cuatro cabos de Caballería destinados el 27 de febrero, que además era casado y padre de dos hijos, se convertiría, al poco de llegar a Ceuta, en involuntario y trágico protagonista de la historia del Instituto en estas campañas. Se trata del cabo Tomás Sierra Martín, veterano condecorado de la Guerra de Cuba, en donde se había distinguido por su acreditado valor cuando formaba parte del escuadrón de caballería de la Comandancia de la Guardia Civil de Vuelta Abajo.[7]
A la una de la madrugada del 21 de mayo de 1913, cuando dicho cabo se encontraba al frente de cinco guardias civiles de caballería, vigilando la carretera que unía la plaza de Tetúan con el destacamento de “El Rincón”, distante de aquella 12 kilómetros, observó la presencia de una docena de moros.
Al adelantarse con su caballo al objeto de darles el alto y proceder a su identificación, obtuvo por respuesta una descarga de fusilería. El cabo y su montura, llamado “Casares”, cayeron gravemente heridos. Los guardias respondieron al fuego y los moros se dieron a la fuga perdiéndose en la oscuridad de la noche.
Trasladado inmediatamente por sus hombres a Tetúan, se le practicaron los primeros auxilios y el Comandante General de Ceuta, al tener conocimiento de lo sucedido, ordenó su rápida evacuación al hospital militar de la plaza. Sin embargo, todo esfuerzo fue inútil, ya que las heridas eran muy graves y los medios para salvarle muy escasos.
A las 14:15 horas del día siguiente, su capitán remitió un telegrama al Director General de la Guardia Civil con este texto: “Cabo Tomás Sierra le fue amputado anoche brazo derecho y en estado gravísimo hasta once horas hoy que falleció como consecuencia traumatismo”.
Su entierro, costeado por suscripción popular, constituyó según la prensa de la época, una imponente manifestación de duelo, acudiendo el pueblo ceutí en masa con todas las autoridades y tropas de guarnición. El nicho le fue concedido a perpetuidad por el Ayuntamiento y el Director General de la Guardia Civil dispuso, al recibir el correspondiente escrito firmado por el alcalde, que fuera difundido, como muestra de cortesía y agradecimiento, en el Semanario Oficial del Cuerpo de fecha 8 de junio de aquel año.
Así mismo, el director general del Benemérito Instituto ordenaría publicar en el Semanario Oficial de la Guardia Civil de 24 de junio de 1913, una orden general de fecha 17 del mismo mes, disponiendo que el nombre de dicho cabo se inscribiera en el cuadro de honor de todos los puestos de la Guardia Civil.
También dictaría que, con cargo al fondo de forestal, se entregase a la viuda la cantidad de 250 pesetas y al hijo varón la pensión diaria de 75 céntimos que preceptuaba el Reglamento del Colegio de Guardias Jóvenes de Valdemoro. La junta directiva del colegio de huérfanos del Cuerpo concedería a la niña también una pensión de 75 céntimos diarios, hasta que por su edad estuviera en condiciones de ingresar en el referido establecimiento.
Por otro lado, la Asociación de Señoras, presidida por la reina haría entrega de 1.405 pesetas con destino a la viuda. El Director General dio, asimismo, órdenes al coronel Subinspector del 4º Tercio de Sevilla, para que se desplazara a la población cordobesa de Lucena para hacer entrega en mano a la citada viuda de esas cantidades, junto a otra de 2.000 pesetas a cuenta de las 2.762 pesetas y 19 céntimos que le correspondería como consecuencia de la derrama de la mutua benéfica del Cuerpo.
En la madrugada del 2 de agosto de 1913, volvía a producirse en el campo exterior de Ceuta otro enfrentamiento armado, en el que resultó muerto esta vez el guardia civil Andrés Orellana Zamudio, quien sería ascendido, como recompensa por el valor demostrado, al empleo de cabo, siendo éste confirmado por real orden de 30 de julio de 1914.
LA GUARDIA CIVIL DE CEUTA Y TETUÁN
La necesidad de extender y reafirmar la presencia de la Guardia Civil en el Protectorado y, especialmente, en la zona de Tetuán, mediante el tradicional despliegue territorial jerarquizado de compañías, líneas y puestos, reiteradamente propuesto por el Alto Comisario de España en Marruecos, así como por el Comandante General de Ceuta, motivó, mediante real orden de 27 de octubre de 1913, la reorganización de las fuerzas de la Comandancia de Cádiz que prestaban servicio en el norte de África, y que pasaron a constituirse, bajo el mando de un comandante, en la 4ª y la 5ª compañías de la misma y del 18º Tercio.
Ello conllevó el correspondiente aumento de personal y ganado de la Guardia Civil. Concretamente, el aumento consistió en 1 comandante, 1 capitán, 3 primeros tenientes, 1 segundo teniente, 65 clases y tropa de Infantería (2 sargentos, 8 cabos, 4 cornetas, 4 guardias 1º y 47 guardias 2º) y 20 clases y tropa de Caballería (2 cabos, 1 trompeta, 1 guardia 1º, 15 guardias 2º y 1 herrador).
De esta forma, las fuerzas de Ceuta y Tetuán quedaron integradas por 205 hombres: 1 comandante, 9 oficiales (2 capitanes, 5 primeros tenientes y 2 segundos tenientes), 135 clases y tropa de Infantería (5 sargentos, 14 cabos, 7 cornetas, 8 guardias 1º y 101 guardias 2º), 60 clases y tropa de Caballería (2 sargentos, 6 cabos, 2 trompetas, 4 guardias 1º y 44 guardias 2º) y 66 caballos (10 de oficiales, 54 de tropa y 2 de tiro).
La 4ª compañía de Ceuta quedó compuesta por 1 capitán, 2 primeros tenientes, 1 segundo teniente, 55 clases y tropa de Infantería (2 sargentos, 6 cabos, 3 cornetas, 3 guardias 1º y 41 guardias 2º) así como 30 clases y tropa de Caballería (1 sargento, 3 cabos, 1 trompeta, 2 guardias 1º, 30 guardias 2º y 1 herrador).
La 5ª compañía de Tetuán, al tener mayor demarcación y estar más diseminada, tenía más efectivos. Concretamente, estaba formada por 1 capitán, 3 primeros tenientes, 1 segundo teniente, 80 clases y tropa de Infantería (3 sargentos, 8 cabos, 4 cornetas, 5 guardias 1º y 60 guardias 2º) y 30 clases y tropa de Caballería (1 sargento, 3 cabos, 1 trompeta, 2 guardias 1º, 22 guardias 2º y 1 herrador).
Para su desarrollo y funcionamiento interno se impartieron, cuatro días después, por el teniente general Ramón Echagüe y Méndez-Vigo, conde del Serrallo, Director General de la Guardia Civil, unas detalladas y curiosas instrucciones.[8]
Los nuevos cuadros de mando serían, el comandante Manuel Alvarez Caparrós; el capitán Joaquín Fernández Trujillo, que pasó a mandar la recién creada 5ª compañía de Tetuán, y los primeros tenientes de la misma, Juan Abella Mastrat, Miguel Martínez Torres, Pedro Martínez Mainar e Ignacio Maroto González, destinados todos ellos por real orden de 20 de octubre de 1913.
Dicho comandante, que seguiría dependiendo de la comandancia gaditana, fijó inicialmente su residencia en Ceuta, si bien, la misma podía ser modificada en función de las necesidades del servicio por el Alto Comisario o por el Comandante General de aquella plaza.
Buena parte del personal de ambas compañías, una vez al completo de sus efectivos, quedaría diseminado en una extensa red de campamentos y fuertes del Ejército, para prestar el servicio de campaña y el de vigilancia en beneficio de la seguridad pública.
Estos serían, por un lado, los de Tetuán (1 oficial, 1 sargento, 1 cabo y 13 guardias civiles de Infantería), Castillejos (media sección de guardias civiles de Infantería y otra media de guardias civiles de Caballería), Río Martín (1 cabo y 8 guardias civiles de Infantería) y los puestos de vigilancia de La Restinga y desfiladero de Medik (una sección disminuida de guardias civiles de Caballería).
Por otro lado, en la línea exterior de Ceuta, se destacarían en la Posición A, Aranguren, Blocao Anyera, Yebel Anyera y Blocao Banzu (media sección de guardias civiles de Infantería), así como en los de Isabel II, Comandari Viejo, Comandari Nuevo, Francisco Asís, Piniers, Mendizábal y Blocao Tarajal (media sección de guardia civiles de Infantería). También lo serían en Príncipe Alfonso (media sección de guardias civiles de Infantería), Infiesto (10 guardias civiles de Infantería) y Benítez (1 oficial y 14 guardias civiles de Infantería).
El Comandante General de Ceuta, a pesar de los aumentos que habían ido experimentando en los últimos tiempos la 4ª y 5ª compañías, continuó solicitando mayor número de efectivos de la Guardia Civil, dado el eficaz y extraordinario empleo que se estaba obteniendo en la vigilancia y control de las plazas y sus campos exteriores.
El carácter profesional de sus componentes, frente a una tropa del Ejército que, mayoritariamente, carecía de tal condición, unido al estricto sentido de la disciplina militar y el acreditado espíritu de servicio y sacrificio de los guardias civiles, convertían a la fuerza del Benemérito Instituto en el mejor medio para mantener y asegurar el orden y la seguridad entre la población, cualquiera que fuese su origen.
Un ejemplo de la eficacia en resolver las cuestiones de seguridad pública, y ajenas por lo tanto a las de carácter militar, pero sí relacionadas en cuanto al necesario orden que debía imperar en el Protectorado, se vio reflejado en la felicitación del Director General de la Guardia Civil, publicada en el Semanario Oficial del 8 de febrero de 1914, al personal del puesto de Arcila, que, tras activas gestiones, detuvieron a tres de los cinco moros que habían asaltado un burdel situado en las afueras de la población, en donde, tras violar a las mujeres que allí trabajaban y herir gravemente a dos de ellas y a uno de los clientes, les robaron y secuestraron a uno de sus hijos de corta edad.[9]
No obstante, la Guardia Civil desplegada en el Protectorado, mediante la prestación del servicio de campaña, también fue participando activamente en cuantas operaciones militares se realizaban, percibiendo las mismas recompensas que sus compañeros del Ejército. Así, por ejemplo, y a propuesta del Alto Comisario de España en Marruecos, se concedieron a los oficiales, por reales órdenes de 17 y 20 de abril y 18 de agosto de 1914, como recompensa por los méritos contraídos en los hechos de armas, operaciones efectuadas y servicios prestados desde el 25 de junio de 1913 hasta 31 de diciembre de dicho año, un total de 7 cruces rojas del mérito militar en sus diferentes categorías y 3 menciones honoríficas.
Anteriormente, por real orden de 20 de marzo, se habían concedido a las clases y tropa de la Guardia Civil allí destinada, por igual periodo de operaciones, un total de 2 ascensos por méritos de guerra, 13 cruces de plata del mérito militar rojas pensionadas y 21 cruces de plata del mérito militar con distintivo rojo sencillas.
Desde principios de 1914, la zona boscosa de los montes del campo exterior de Ceuta era constantemente vigilada por dos compañías de Infantería del Ejército, que fueron bautizadas con el nombre de “guardabosques” y cuya misión principal era la de evitar la infiltración de los indígenas no adictos, quienes al amparo de la oscuridad de la noche, se dedicaban a la comisión de robos y otros actos delictivos en la plaza de Ceuta.
Dado que, a pesar de los servicios establecidos, continuaban produciéndose dichas acciones, el Comandante General ordenó que se reforzara el dispositivo con la presencia de los miembros de la Guardia Civil, poniéndose al frente de ello, al joven teniente Ignacio Maroto González, jefe de la sección del Benemérito Instituto.
Dicho oficial, procedente del Arma de Infantería, organizaría un servicio de emboscadas a base de pequeños grupos, compuestos por dos guardias civiles y cuatro soldados de las citadas compañías, que pronto empezaron a demostrar su eficacia, abortando numerosos intentos de penetración en la plaza. Cada una de estas pequeñas contrapartidas de seis hombres, mandadas por el guardia civil más caracterizado, tenía asignada una zona del campo exterior para moverse con autonomía dentro de la misma, estableciéndose, sobre todo de noche, numerosos apostaderos de diversa duración que iban variando constantemente de ubicación.
Al poco tiempo, en la noche del 4 al 5 de abril de ese mismo año, se produciría sin embargo un sangriento enfrentamiento protagonizado por el primer teniente Maroto. Éste, acompañado del cabo Miguel Ruiz García, recorría la línea de vigilancia sita entre los fuertes de Aranguren y Benzú, cuando se toparon con una partida de moros armados. Como consecuencia de la descarga recibida, fallecería el citado oficial y resultaría herido grave el cabo, quien, no obstante, pudo hacer fuego con su fusil y poner en fuga a sus atacantes.
El primer teniente Maroto, en recompensa a su valeroso comportamiento en aquel combate, fue ascendido, por real orden circular de 30 de abril, al empleo de capitán, siendo enterrados sus restos en el cementerio de Ceuta. Hasta hace casi dos años, en que por el gobierno de la Comunidad Autónoma de Ceuta se colocaron lápidas nuevas en su nicho y en el del cabo Tomás Sierra Martín, existía otra en la que rezaba el siguiente epitafio “Aquí, descansan los restos del primer teniente de la Guardia Civil Ignacio Maroto González, muerto gloriosamente en el cumplimiento del deber, al frente del enemigo en el campo exterior de Ceuta, por los moros fronterizos en la noche del 4 de abril de 1914. De 24 años de edad”.
También, y como consecuencia del arrojo demostrado en aquel enfrentamiento, se procedió, por real orden de 22 de mayo, al ascenso al empleo de sargento del cabo Miguel Ruiz González, quien como se ha dicho, había resultado gravemente herido por varios disparos enemigos.
Por otro lado, resaltar que, en 1914, se produjo, desde el punto de vista asistencial y social, un hecho relevante en una época en la que los propios interesados debían sufragar de su propio pecunio los gastos hospitalarios originados incluso por acciones de guerra. Así, por real decreto de 13 de marzo de ese año, a propuesta del ministro de la Guerra y de acuerdo con el consejo de ministros de la nación, se dispuso que, en lo sucesivo, las estancias de hospital causadas por los generales, jefes, oficiales, suboficiales, brigadas y sargentos y sus asimilados a consecuencia de heridas recibidas durante las operaciones llevadas a cabo en Marruecos, fueran sin cargo a los causantes y se sufragasen hasta la fecha de su alta por el Servicio de Hospitales Militares.
Poco después, y en analogía con lo anterior, se dictaría la real orden comunicada de 6 de mayo, dimanante de la Sección de Intendencia, mediante la que se le extendía el privilegio anterior a las clases e individuos del Ejército, Guardia Civil, Carabineros y demás organismos dependientes del ramo de Guerra, siempre que el motivo de su ingreso fuese debido a las heridas ocasionadas como consecuencia de la prestación del servicio en Marruecos.
Por real orden circular del Ministerio de la Guerra, de 15 de septiembre de 1914, y a propuesta del Comandante General de Ceuta, se volvió a producir un nuevo aumento de 25 hombres en la plantilla de personal y ganado de la 5ª compañía de Tetuán. En esta ocasión se trató de 14 clases y tropa de Infantería (1 cabo y 13 guardias 2º) y otros 11 de Caballería (1 cabo y 10 guardias 2º) con sus correspondientes caballos.
Para su debida cumplimentación, la Dirección General del Instituto impartiría la circular nº 23 de Tercio y nº 22 de Comandancia, de fecha 19 de septiembre, en la que, además de normas de procedimiento interno de ejecución y administración, se detallaba la relación nominal de los nuevos destinados y las comandancias de las que eran disminuidos.
Al año siguiente, como consecuencia de las variaciones introducidas en la ley anual de presupuestos, se procedió, mediante la orden circular de la Sección de Instrucción, Reclutamiento y Cuerpos diversos del Ministerio de la Guerra de 20 de enero de 1915, a aprobar el nuevo cuadro orgánico de la Guardia Civil. En él se contemplaría la nueva plantilla de las fuerzas destinadas en Ceuta y Tetuán, que estaría integrada por 230 hombres: 1 comandante, 2 capitanes, 5 primeros tenientes, 2 segundos tenientes, 149 clases y tropa de Infantería (5 sargentos, 15 cabos, 7 cornetas, 8 guardias 1º y 114 guardias 2º) y otras 71 de Caballería (2 sargentos, 7 cabos, 2 trompetas, 4 guardias 1º, 54 guardias 2º y 2 herradores).
A partir del 23 de agosto de 1916, con motivo de una reorganización de las fuerzas del Ejército en África, y a efectos de prestar el servicio de campaña, se dispuso que una sección de la Guardia Civil de Tetuán quedase adscrita al cuartel general del General en Jefe del Ejército de África, y toda la 4ª compañía de Ceuta y las otras dos secciones de la 5ª compañía de Tetuán, lo fuesen a la división que mandaba el general Joaquín Milans del Bosch Carrió, Comandante General de Ceuta.
Las fuerzas del Instituto seguirían, no obstante, desarrollando también su importante labor en pro del mantenimiento de la seguridad pública, tal y como lo refleja una felicitación de ese mismo año, en la que se refleja que fuerzas de la 4ª compañía de Ceuta rescataron a cuatro personas que habían sido secuestradas de una casa denominadas “Arcos Quebrados”, sita en el campo exterior de la plaza, por una partida de indígenas, consiguiendo, además, la recuperación de los enseres y vestuario sustraído.
Así mismo, la Guardia Civil ceutí volvería a revalidar una vez más su condición benemérita, cuando, con ocasión del hundimiento de un bote en las aguas del puerto de la plaza, el sargento Francisco Fernández Villaescusa, el cabo Eladio Otero y los guardias Angel Garrido Romero y Francisco Salguera Larena, se lanzaron a las mismas, consiguiendo rescatar con vida a dos de sus tripulantes y el cadáver de un tercero.
Dentro de su faceta de garantes de la seguridad pública se detendría, por fuerzas mandadas por el teniente Joaquín España Cantos, jefe de la línea de Ceuta y el teniente José García Silva, jefe de la línea de Príncipe Alfonso, a los autores de un importante robo llevado a cabo en la noche de 12 de diciembre de 1918 en unas dependencias militares, consiguiendo, además, recuperar los efectos sustraídos.
Otro servicio que mereció el reconocimiento y felicitación de la superioridad, sería la detención de los autores de una estafa al Banco del Estado de Marruecos en Ceuta, llevada a cabo por uno de sus empleados con la complicidad de una ciudadana francesa, recuperándose la cantidad de 3.00 francos franceses en moneda y joyas y otros efectos valorados en 2.000 pesetas.
LA GUARDIA CIVIL DE MELILLA
Respecto a Melilla, si bien hasta 1911, por real orden de 21 de febrero, no se produjo aumento de la plantilla fijada para la sección de Infantería reiteradamente citada, si es cierto que, desde la finalización de la Campaña del Rif, y para reforzar la vigilancia del campo exterior de la plaza, continuó otra sección integrada por personal de Caballería, que era concentrado de otras comandancias y que, periódicamente, se iban relevando, existiendo al mando de ambas un capitán.
De hecho, la disposición anteriormente mencionada terminaría de reconocer tal situación, haciéndola estable presupuestariamente en su mayor parte, con el refuerzo concedido a esa sección de 1 primer teniente, 1 cabo y 19 guardias 2º de Infantería, así como de otra sección de Caballería.
Si bien la documentación obrante sobre aquella época es escasa y confusa, prueba de la existencia sobre el terreno de tan reforzada sección mixta, mandada anómalamente por un capitán, debido seguramente, entre otras cuestiones, a la de aumentar la representación del Instituto ante la autoridad militar de la plaza, es la real orden circular de 9 de enero de 1912, publicada en el Semanario Oficial de la Guardia Civil, mediante la que se destinaba a la Comandancia de Alicante al capitán Fulgencio Gómez Carrión, procedente de las “Secciones de Melilla” de la de Málaga y el destino a las mismas del capitán Gerardo Alemán Villalón y del primer teniente José García Agulla.
Por fin, en la orden circular de la Sección de Instrucción, Reclutamiento y Cuerpos diversos del Ministerio de la Guerra de 20 de enero de 1915, se procedió, como consecuencia de las variaciones introducidas en la ley de presupuestos de aquel año, a aprobar el nuevo cuadro orgánico de la Guardia Civil. Así, la sección de Melilla, casi entidad compañía y mandada por un capitán como ya se ha dicho, se vio ligeramente incrementada, quedando presupuestaria y orgánicamente constituida por un total de 74 hombres.
La plantilla de personal aprobada presupuestariamente sería de 1 capitán, 2 primeros tenientes, 1 segundo teniente, 45 clases y tropa de Infantería (1sargento, 3 cabos, 2 cornetas, 4 guardias 1º y 35 guardias 2º) y otros 25 de Caballería (1 sargento, 3 cabos, 1 trompeta, 2 guardias 1º y 18 guardias 2º), mientras que la plantilla de ganado sería de 27 caballos (4 de oficial y 23 de tropa).
Las misiones de aquellos guardias civiles continuaron siendo de dos tipos: servicio de campaña junto a las fuerzas del Ejército y de seguridad pública, siendo éste el más indefenso de todos, ya que se solía prestar, normalmente, por una o varias parejas, constituyendo, por lo tanto, fácil objetivo de los rifeños rebeldes.
Así, por ejemplo, en la noche del 13 al 14 de septiembre de 1915, un grupo de moros se infiltraron en las calles del poblado de Nador, próximo a Melilla, y, a la altura de la plaza del Pilar, hicieron fuego por sorpresa contra una pareja mixta de servicio de vigilancia nocturna, compuesta por el guardia de Caballería Trinitario Navarro Castellón y el de igual clase de Infantería Francisco de la Cruz Expósito, cayendo ambos al suelo heridos de gravedad.
Cuando los kabileños se acercaron a ellos para rematarlos, el guardia Navarro se reincorporó y, utilizando su carabina como maza, consiguió derribar a dos de ellos y disparar sobre un tercero causándole la muerte, consiguiendo que el resto huyera en desbandada. A continuación, y haciendo un esfuerzo sobrehumano, cargó sobre sus hombros el cuerpo malherido de su compañero y lo llevó, junto a su propia carabina y el fusil de aquel, hasta la Casa-Cuartel.
Dicho comportamiento sería expresamente alabado por el Comandante General de Melilla en la orden general de 18 de septiembre, y por el Director General del Instituto en el Semanario Oficial de 1 de octubre de 1915. Posteriormente, y como recompensa por su bizarro comportamiento, el guardia Navarro fue ascendido al empleo de cabo y al guardia de la Cruz se le concedió, como consecuencia de las graves lesiones sufridas, una cruz pensionada vitalicia.[10]
Por fin, en 1916, la nutrida sección mixta de Melilla, mandada desde hacía años por un capitán, vería reconocida su verdadera entidad orgánica y pasaría a convertirse en la 7ª compañía mixta del 16º Tercio de Málaga y afecta a la comandancia malagueña.
A partir del 23 de agosto de ese mismo año, con motivo de una reorganización de las fuerzas del Ejército en África, y a efectos de prestar el servicio de campaña, se dispuso que una sección de la compañía de la Guardia Civil, quedase adscrita a la Comandancia General de Melilla que entonces era mandada por el general de división Luis Aizpuru Mondéjar.
Prueba del afianzamiento y necesidad de la continuidad de la presencia de la Guardia Civil en el norte de África, independientemente del ritmo de las operaciones militares y de los periodos de mayor o menor estabilidad, lo constituye el que no se vería afectada por la aprobación y desarrollo de la ley de 2 de marzo de 1917, que incluía un importante plan de reorganización de las tropas y servicios del Ejército en Marruecos y la repatriación de todos los cuerpos que, con carácter de expedicionarios, quedaban aún en aquellos territorios, al objeto de conseguir la correspondiente economía.
Así, frente a la real orden circular de la Secretaría del Ministerio de la Guerra de 10 de marzo de ese año, en la que se dictaban numerosas e importantes instrucciones para reorganizar el Ejército de España en Marruecos, con una notable disminución de efectivos militares, la Sección de Instrucción, Reclutamiento y Cuerpos diversos, publicaría otra real orden de 18 de junio, en la que el cuadro orgánico de las plantillas de la Guardia Civil de Ceuta, Larache, Melilla y Tetuán, permanecía inalterable.
Incluso hubiese sido necesario un aumento de sus efectivos, pero la grave crisis que empañó el panorama político-social español durante todo el año 1917, plagada de huelgas revolucionarias y atentados de todo tipo, hacían inviable, desde el punto de vista de la seguridad pública, aumentar las plantillas.
A ello había que añadir, como elemento disgregador y desmoralizador con respecto al Ejército, el demencial y grave problema creado por la existencia de las Juntas de Defensa militares que terminaría por dividirlo irremediablemente entre africanistas y abandonistas. Afortunadamente, la Guardia Civil, dado su elevado sentido de la disciplina militar, no se vio afectada por tan grave división, no creándose en su seno órganos de tal naturaleza.
Los distintos sucesos en los que se siguió viendo envuelta la Guardia Civil del norte de África y la meritoria labor desarrollada, hicieron ver lo acertado de no haber detraído efectivos con destino a la Península e incluso reforzó la necesidad de que había que seguir ampliando su plantilla.
Un ejemplo más de esa constante labor de servicio llevada a cabo por aquellos beneméritos hombres, aunque referida en esta ocasión a la zona de Ceuta y no a la de Melilla, quedaría recogida en la orden general de 23 de junio de 1917 de la Comandancia General de Ceuta, y felicitada en la orden general de 12 de julio de ese mismo año de la Dirección General de la Guardia Civil.
En ellas se recogía la valerosa y eficaz actuación realizada por el cabo Cristóbal Suárez Navarro y el guardia Salvador Martín Jaime, que evitaron que se consumara la deserción, con su armamento y municiones al completo de dotación, de dos soldados indígenas. Ambos guardias civiles, que se encontraban prestando servicio de vigilancia del campo exterior de Ceuta, observaron la presencia presurosa de los dos desertores y al intentar identificarlos fueron tiroteados. Al responder al fuego, uno de los agresores sería alcanzado mortalmente y el otro, tras arrojar al suelo su fusil, se entregó inmediatamente.
Sin embargo, no todo serían servicios en los que los guardias civiles de Marruecos saldrían felizmente parados. Así, el día 14 de octubre de ese mismo año, cuando los guardias Paulo Sánchez Sáez y Rafael Luna González se encontraban prestando servicio de vigilancia en el poblado de Zeluán, próximo a Melilla, fueron atacados por sorpresa por una decena de rifeños. El guardia Luna caería al suelo herido en su brazo izquierdo. No obstante, consiguieron repeler la agresión abriendo fuego contra sus atacantes, que ante esa respuesta y amparados por la oscuridad de la noche, se dieron a la fuga.
El guardia Luna, como consecuencia de la herida sufrida y el comportamiento manifestado, sería poco después condecorado con la cruz de plata al mérito militar con distintivo rojo y con pensión vitalicia de 7'50 pesetas mensuales. El guardia Sánchez, que permanecería destinado en Zeluán, moriría asesinado años después, durante los trágicos sucesos que se vivieron en su alcazaba como consecuencia del “desastre” de Annual.
LA GUARDIA CIVIL DE LARACHE
Como consecuencia de lo dispuesto en el real decreto de 15 de marzo de 1913, mediante el que se creaba en la región de Lucus, a semejanza de las de Ceuta y Melilla, la Comandancia General de Larache, se dictó por la Sección de Estado Mayor y Campaña del Ministerio de la Guerra, una real orden circular de 29 de dicho mes, impartiendo las oportunas instrucciones tendentes a su cumplimiento y organización.
En ella, además de fijarse su capitalidad en la plaza de Larache, y cuya jurisdicción abarcaba también los territorios de Alcazarquivir y Arcila, se detallaron los cuerpos y unidades que pasarían a constituir la guarnición de su territorio, así como sus plantillas concretas de personal, ganado, armamento, municiones y material.
Respecto a la Guardia Civil, concebida ya como elemento imprescindible de policía militar para prestar el servicio de campaña, se dispuso, en su artículo 24, que por la Dirección General del Instituto se procediera a organizar, en el más breve plazo, y con destino en la citada Comandancia General de Larache, una sección mixta, de Infantería y Caballería, al mando de un oficial subalterno. Dicho oficial sería, inicialmente, el primer teniente Alfredo Arredondo Acuña, posteriormente relevado por el de igual empleo Ignacio Baamante Cortázar.
La nueva unidad, integrada por 31 hombres: 1oficial subalterno; 18 hombres de Infantería (1 sargento, 2 cabos, 1 corneta, 1 guardia 1º y 13 guardias 2º) y 12 de Caballería (1 sargento, 2 cabos, 1 trompeta, 1 guardia 1º y 7 guardias 2º), pasaría a depender del 18º Tercio de la Guardia Civil, con cabecera en Cádiz, quedando afecta a la comandancia gaditana para los efectos administrativos. Como ganado se les fijó 1 caballo de oficial y 12 de tropa.
Así mismo, se dispuso que los gastos que se originasen como consecuencia de las modificaciones orgánicas, serían sufragados con cargo a los créditos que se concediesen como ampliación del presupuesto de “Acción en Marruecos”.
La eficacia y acierto de la presencia de los guardias civiles en Larache se hizo sentir muy pronto. El Semanario Oficial de la Guardia Civil de 24 de enero de 1914, publicaría la felicitación del Director General del Instituto al teniente Ignacio Baamante Cortázar, jefe de la sección mixta, y a los guardias Cándido Martínez Otero y Juan Paloma García, por la brillante investigación que llevó a la detención del autor de un robo de 17.000 pesetas, cometido a un capitán de la Administración Militar, logrando, además, recuperar íntegramente dicha cantidad.
Al año siguiente, la sección mixta vería también incrementada su plantilla por la orden circular ya citada de 20 de enero de 1915, quedando constituida por 52 hombres: 1 primer teniente, 1 segundo teniente, 38 clases y tropa de Infantería (1 sargento, 3 cabos, 1 corneta, 3 guardias 1º y 30 guardias 2º) y otros 12 de Caballería (1 sargento, 2 cabos, 1 trompeta, 1 guardia 1º y 7 guardias 2º).
La orden general de 23 de agosto de 1916, impartida con motivo de una reorganización de las fuerzas del Ejército de África, y a efectos de prestar el servicio de campaña por las fuerzas de la Guardia Civil, no supondría modificación alguna respecto a la sección mixta de Larache ya que lo venía prestando desde su creación, tres años antes.
LA COMANDANCIA DE LA GUARDIA CIVIL DE MARRUECOS
La creación, el 25 de enero de 1919, de la Alta Comisaría de España en Marruecos, por un lado, y el hecho, por otro, de que los importantes cometidos y efectivos de la Guardia Civil desplegados en el norte de África siguieran, anacrónicamente, dependiendo orgánica y administrativamente del 16º Tercio de Málaga y 18º de Cádiz, terminarían por motivar, en base a razones de eficacia y operatividad, la creación, por real orden circular de 25 de marzo de 1919, de la Comandancia de Marruecos. Ésta se denominaría exenta, al no quedar encuadrada en Tercio alguno del Instituto.
Su primer jefe sería, tres días después, el recién ascendido teniente coronel Francisco Esteve Verdes-Montenegro, quien permanecería en el cargo hasta el 14 de mayo de 1920, fecha en la que fue relevado por el de igual empleo Francisco Ciutat Martín.
Apenas cuatro días antes, el 21 de marzo, se había dispuesto, mediante real decreto, el aumento presupuestario en la Guardia Civil de 1.000 hombres de Infantería y otros 1.000 de Caballería, constituyéndose con tan amplio contingente 5 comandancias de Caballería (Córdoba, Sevilla, Jaén, Badajoz y San Sebastián), 4 compañías de Infantería (Sevilla, Coruña, Oviedo y Huelva) y 6 escuadrones (Madrid, Córdoba, Sevilla, Granada, Badajoz y Navarra).
La importante reorganización del Instituto que ello supuso había sido aprovechada también para aumentar, ligeramente, las plantillas de las unidades destacadas en el norte de África y unificar su mando, dotándosele de la oportuna estructura administrativa. Para ello, el 27 de marzo, la Secretaría de la Dirección General de la Guardia Civil, dictó su circular nº 9 en la que se impartían las primeras instrucciones para su reorganización.
Así, la jefatura de la nueva comandancia se estableció en Ceuta, dejando de pertenecer sus efectivos a los 16º y 18º Tercios peninsulares, y quedando estructurada en las siguientes unidades territoriales: 1ª compañía mixta, con cabecera en Ceuta; la 2ª compañía mixta, con cabecera en Tetuán; la 3ª compañía mixta, con cabecera en Melilla, y la sección mixta, en Larache.
La plantilla aprobada por real orden circular de la Subsecretaría del Ministerio de la Guerra de 25 de marzo de ese año del nuevo cuadro orgánico de la Guardia Civil, fijaba la de la Comandancia de Marruecos en 358 hombres: 1 teniente coronel, 1 comandante, 4 capitanes, 8 tenientes, 4 alféreces, 232 clases y tropa de Infantería (7 sargentos, 21 cabos, 10 cornetas, 15 guardias 1º y 179 guardias 2º) y otras 108 de Caballería (4 sargentos, 12 cabos, 4 trompetas, 7 guardias 1º, 79 guardias 2º y 2 herradores), así como 120 caballos (18 de jefes y oficiales y102 de tropa).
En la zona de Larache, un destacamento de la Guardia Civil, mandado por el teniente Eduardo Bens Armayor y compuesto por 1 cabo y 7 guardias de Infantería, y 1 cabo y 3 guardias de Caballería, pasó a conformar la escolta del Comandante General al objeto de protegerlo en las operaciones de guerra que se llevarían a cabo en aquel sector. El 15 de septiembre saldrían del cuartel general para Teffer, tomando parte en las acciones de Hadala, Muires, Tasean, Gumier, Aduar de Hamusa, Jordia y Yebel Nuinart de Beni Sicar.
El 3 de octubre participaría también en las operaciones de Hadu Ben-Haga, Akla de Kodas y Medi-Bah, en las que sostendría fuego con los rebeldes rifeños. Una vez tomadas dichas posiciones, el destacamento de la Guardia Civil continuaría afecto al cuartel general, hasta que el 15 de noviembre recibiría la orden de regresar a Larache, en donde siguió prestando su servicio peculiar.
El mes anterior, por real orden de 12 de octubre, la plantilla de la Guardia Civil había vuelto a experimentar un aumento de 1.000 hombres más de Caballería, fruto todo ello, de las continuas agitaciones anarquistas y revolucionarias que convulsionaban el panorama político y social español de aquella época, en la que se descubrió el eficaz empleo de las fuerzas de dicho Instituto como medio gubernativo de imposición y mantenimiento del orden público en las grandes ciudades y núcleos urbanos. Sin embargo, en esta ocasión la Comandancia de Marruecos no vio modificados sus efectivos.
A finales de 1919, el general de división Dámaso Berenguer Fusté, Alto Comisario de España en Marruecos, solicitó el imprescindible incremento y urgente incorporación a la zona de Melilla, de varias clases y cincuenta guardias civiles, al objeto de reforzar la unidad más precaria, en cuanto a personal, que el Benemérito Instituto mantenía en el norte de África. Sin embargo, por razones presupuestarias, no se pudo acceder a ello, si bien se concentró, provisionalmente, un contingente procedente de la compañía de Ceuta, cuya demarcación era más tranquila por aquel entonces, que estaba compuesto por 2 cabos y 23 guardias civiles.
Durante las operaciones militares llevadas a cabo por las fuerzas militares españolas para la toma de Xauen a principios del otoño de 1920, una compañía mixta de la Guardia Civil, mandada por el capitán Marcelino Gómez Plata, y formada por 50 hombres de Infantería y 20 de Caballería, acompañaría a las columnas del Ejército. El 4 de octubre, integrando una de ellas para prestar el servicio de campaña, se dirigiría a Ben-Karrich para formar parte, pocos días después, del cuartel general del Alto Comisario de España en Marruecos, a quien, en la madrugada del día 14, escoltaría hasta la posición de Dar-Akobba, donde se iniciaría el combate final para la toma de Xauen.
Ese mismo día, el Alto Comisario entraría victoriosamente en la ciudad, escoltado por fuerzas de la Guardia Civil, que aquella noche le prestarían la guardia de honor. A la mañana siguiente se izaron en la torre de la alcazaba las banderas de España y del Jalifa, organizándose un desfile militar en el que participaría una sección de la Guardia Civil, mandada por el teniente Ernesto Navarrete Arcal.
En la población de Xauen quedaría de guarnición, por orden del general Berenguer, una veintena de guardias civiles de Infantería, mandados por el alférez Francisco Barceló Guerrero, regresando a Ceuta el resto de las fuerzas del Benemérito Instituto dos días después.
Los boletines oficiales del Instituto seguirían publicando felicitaciones, reconocimientos y recompensas concedidas a los guardias civiles que más se distinguían en la campaña. Destaca muy significativamente, relativo a unos hechos acontecidos durante el periodo 1918-1920, la reproducción de un escrito de 15 de diciembre de 1925, dimanante del General en Jefe del Ejército de España en África, por el que, en uso de las atribuciones conferidas en el reglamento de recompensas en tiempo de guerra de 10 de marzo de 1920, se le concedía el empleo de cabo, con la antigüedad de 3 de febrero de dicho año, al guardia 2º Pascual de Cabo Expósito, quien llevaba prestando sus servicios en la zona de Tetuán desde 1912.
Ello había sido como recompensa a los méritos que contrajo durante el primer periodo de operaciones (29 de junio de 1918 a 3 de febrero de 1920), en las realizadas el 27 de septiembre de 1919 para ocupar el Monte Cónico, y el 5 de octubre siguiente para la ocupación del Fondak de Ain-Yedida y, muy especialmente, en la represión del espionaje y contrabando, a cuyo servicio estuvo dedicado todo el periodo, afecto al cuartel general del Alto Comisario de España en Marruecos.
Por otro lado, y como consecuencia de una ley anterior de 29 de junio de 1918, en cuya base 9ª se recogía que las tres únicas categorías para clases de tropa en todas las armas y cuerpos del Ejército eran las de suboficial, sargento y cabo, se decretó, por real disposición de 2 de septiembre de 1920, la creación en los Institutos de Carabineros y de la Guardia Civil, de la categoría de suboficial, equivalente y con iguales insignias a la de la misma denominación de las armas y cuerpos del Ejército.[11]
Al disponerse en el real decreto que debía existir un suboficial como auxiliar del mando en cada tercio y comandancia independiente, compañía y escuadrón del Instituto, así como un nuevo aumento anterior de otro millar de hombres, fue necesaria la redacción de un nuevo cuadro orgánico, en el que tanto el Alto Comisario como el teniente coronel Primer Jefe de la Comandancia de Marruecos, vieron aprobadas sus propuestas de reorganización e importantes aumentos de plantilla.
De esta forma, por real orden circular de la Subsecretaría del Ministerio de la Guerra de 22 de diciembre de 1920, la Comandancia de Marruecos quedó estructurada en 4 compañías de Infantería (Ceuta, Tetuán, Melilla y Larache), 1 escuadrón con cabecera en Ceuta y dos secciones de Caballería destacadas, respectivamente, en Melilla y Larache. La unidad que mayor aumento de plantilla experimentaría sería la de Larache, como consecuencia, tanto del despliegue territorial llevado a cabo, como por el reforzamiento del servicio de campaña.
Así, la Comandancia de Marruecos contó con 561 hombres (1 teniente coronel, 1 comandante, 6 capitanes, 14 tenientes, 6 alféreces, 4 suboficiales, 24 sargentos, 49 cabos, 18 cornetas, 6 trompetas, 29 guardias 1º, 401 guardias 2º y 2 herradores)conforme a la siguiente distribución orgánica y territorial:
En Melilla, 75 hombres: 1 capitán, 2 tenientes, 1 alférez, 46 clases de tropa de Infantería (1 suboficial, 1 sargento, 3 cabos, 2 cornetas, 4 guardias 1º y 35 guardias 2º) y otras 25 de Caballería (1 sargento, 3 cabos, 1 trompeta, 2 guardias 1º y 18 guardias 2º).
En Ceuta-Tetuán, 354 hombres: 1 teniente coronel, 1 comandante, 4 capitanes, 8 tenientes, 4 alféreces, 227 clases y tropa (3 suboficiales, 10 sargentos, 20 cabos, 12 cornetas, 12 guardias 1º y 170 guardias 2º) y otras109 de Caballería (1 suboficial, 4 sargentos, 10 cabos, 4 trompetas, 5 guardias 1º, 83 guardias 2º y 2 herradores).
En Larache, 132 hombres: 1 capitán, 4 tenientes, 1 alférez, 101 clases y tropa de Infantería (1 suboficial, 5 sargentos, 10 cabos, 4 cornetas, 4 guardias 1º y 77 guardias 2º) y otras 25 de Caballería (1 sargento, 3 cabos, 1 trompeta, 2 guardias 1º y 18 guardias 2º).
Al año siguiente, por real orden circular de la Subsecretaría del Ministerio de la Guerra de 28 de enero de 1921, se volvería a modificar el cuadro orgánico general de la Guardia Civil, si bien sólo afectó realmente a algunas comandancias peninsulares, no sufriendo la de Marruecos variación alguna.
Veinte días antes, se publicaría en el boletín oficial del Instituto del día 8 de enero, una disposición mediante la que se ordenaba que aquellas clases e individuos de tropa que solicitasen pasar destinados a la Comandancia de Marruecos, deberían hacer constar, en la correspondiente papeleta que promoviesen al efecto, si poseían o tenían conocimientos de árabe, debiéndolo entonces acreditar ante sus mandos naturales. Aquellos que reunieran esa condición, serían anotados en turno preferente para ser destinados a Marruecos.
LA GUARDIA CIVIL EN EL “DESASTRE” DE ANNUAL
Al inicio de 1921 la Comandancia de Marruecos contaba con la misma plantilla de 561 hombres aprobada por la real orden circular de 22 de diciembre del año anterior, siendo su jefe, hasta el día 28 de febrero, el teniente coronel Francisco Ciutat Martín, que sería relevado a partir del 1 de marzo por el de igual empleo, Antonio Agulló Cappa.
Mientras tanto en la Península continuaba la agitación política y revolucionaria que alcanzaría su punto de inflexión con el asesinato del Presidente del Gobierno, Eduardo Dato Iradier, cometido el 8 de marzo de ese mismo año
Las misiones de la Guardia Civil seguían siendo las mismas que las de los años anteriores: el mantenimiento de la seguridad pública mediante su tradicional despliegue territorial de compañías, líneas y puestos, así como el de servicio de campaña, en funciones de policía militar, en los campamentos, fuertes y destacamentos del Ejército.
En principio nada hacía presagiar la tragedia que se aproximaba, y durante el primer semestre del año, los partes diarios de actividades y operaciones de las fuerzas del Benemérito Instituto no contenían la ocurrencia de sucesos de extrema gravedad. Tan sólo al inicio del verano, algunos puestos de la zona oriental del Rif, detectaron un cierto ambiente de seriedad y recelo entre la población indígena, así como una mayor presencia de lo habitual por parte de algunos moros que procedían de otros poblados, sin que por ello se aventurase lo que pocas semanas después iba a suceder en aquella región.
El año anterior se había iniciado por las fuerzas españolas mandadas por el general de división Manuel Fernández Silvestre, nuevo comandante general de Melilla, una penetración militar, que partiendo básicamente del río Kert, profundizara hacia el oeste con la idea de alcanzar la bahía de Alhucemas, donde estaba enclavada la población rifeña de Axdir, centro de la conflictiva kabila de Beni-Urriaguel.
Por otro lado, a principios del mes de mayo de 1921, una sección mixta de la Guardia Civil al mando del teniente Rafael Bueno Bueno, volvería a quedar adscrita al cuartel general del Comandante General de Larache, el general de Estado Mayor Emilio Barrera Luyando, para escoltarlo en las operaciones militares que se realizaron en aquel sector.
Así, dicha sección participaría sucesivamente en las victoriosas operaciones realizadas por las fuerzas militares españolas el día 10 para la ocupación de Ciudad-Ruida; el día 12 para las de Adama y Zoco-el-Sebat; el 6 de julio para las de Jota-Taza, Hardir y Ciat; el día 11 para las de Maisna, Blocaos de Huadaer, Darka y Ain Hedir; el día 15 para las de Sidi-Burgaria, Silos y Muras; el día 20 para las de Rof y Budir; el 19 de diciembre para las de Sidi-Gorra y Afferun, logrando por fin establecer contacto tres días después con la columna de Ceuta-Tetuán.[12]
Sin embargo, el avance de las fuerzas del general Fernández Silvestre, casi sin oposición alguna, en lo que se dominaron “operaciones de policía”, fue continuando durante los primeros meses de 1921, hasta que, a principios del mes de junio, se alcanzó el valle de Amekrán, estableciéndose el grueso de dichas fuerzas expedicionarias en el llano de Annual.
Pero cuando se decidió cruzar el río Amekrán y establecer una posición avanzada en el monte Abarrán, territorio de la kabila de Tensaman, aquella fue violentamente atacada al regresar las tropas de protección, pereciendo en el ataque la mayoría de los peninsulares de la guarnición. La tragedia, todavía sin ser los españoles conscientes de ello, había comenzado.[13]
Cuando el 16 de julio se iniciaron las primeras acciones que desembocarían en el sangriento ataque de las kabilas rebeldes, lideradas por Mohamed Abd-el-Krim el-Jatabi, a las tropas del general Fernández Silvestre, produciéndose en primer lugar el de la cercada posición de Igueriben y en cadena todas las demás, los diseminados puestos de la Guardia Civil pertenecientes a la reducida compañía de Melilla, desconocían por completo lo que estaba sucediendo y que serían abandonados a su suerte en medio de un dantesco caos.
La compañía de Melilla, mandada por el capitán José García Agulla, contaba entonces, tan sólo, con una plantilla de 75 hombres: 1 capitán, 2 tenientes, 1 alférez, 46 clases de tropa de Infantería (1 suboficial, 1 sargento, 3 cabos, 2 cornetas, 4 guardias 1º y 35 guardias 2º) y otras 25 de Caballería (1 sargento, 3 cabos, 1 trompeta, 2 guardias 1º y 18 guardias 2º).
Mientras que miles de soldados del Ejército español eran masacrados en la mayor derrota sufrida en Marruecos y se producía una desesperada desbandada de los supervivientes, así como el cerco y asedio de las pocas posiciones que pudieron resistir en los primeros momentos, los puestos aislados de la Guardia Civil, sin comunicación alguna con Melilla, actuarían conforme a la angustiosa iniciativa del más caracterizado, quien, además, no sólo tenía la responsabilidad de la vida de sus subordinados, sino, también, en algunos casos, de las mujeres y niños que vivían con ellos en las casas-cuarteles. En la mayor parte de los casos, para bien o para mal, unirían su suerte a la de sus compañeros del Ejército.
Embriagados, y nunca mejor dicho, por su dantesca y progresiva victoria, las kabilas rebeldes rifeñas iniciaron el ataque contra todos los puestos y posiciones que encontraban a su paso en dirección a Melilla, logrando en la mayor parte de los casos la guerrera adhesión de los indígenas de la región que inicialmente no se habían sumado al levantamiento.
Los comandantes de los puestos de la Guardia Civil, integrados en su mayoría por un cabo y cuatro o cinco guardias, al tener noticia del desastre militar, bien por boca de los propios supervivientes que huían desorganizadamente hacia Melilla o incluso por algunos indígenas amigos que les advirtieron de lo que estaba sucediendo, tomaron la decisión en unos casos de replegarse sobre la citada plaza y en otros, al no darles tiempo para ello al verse desbordados por la situación y ser cercados, organizar la defensa de sus casas-cuartel, que carecían de la más mínima fortificación, o replegarse sobre los campamentos militares.[14]
Así, el día 23 de julio, la fuerza del puesto de San Juan de las Minas, compuesta por el cabo Juan Ruiz Sánchez y los guardias Cándido Puertas, Félix Quintero, Matías Labrador y Manuel Rastrojo, al tener confusas noticias de lo que estaba sucediendo y ver que todos los españoles, militares y colonos con sus familias huían hacia Melilla, decidieron evacuar la casa-cuartel y replegarse inicialmente al campamento de Segangan, acompañados de la esposa, la hermana y tres hijas del primero de ellos.
Sin embargo, cuando alcanzaron la citada posición militar, comprobaron que también había sido abandonada, sufriendo allí el inesperado ataque de los rifeños que les obligó a refugiarse en la casa-cuartel. La fuerza original del puesto de la Guardia Civil de Segangan se encontraba replegada y cercada por los rifeños en Nador.
Al llegar la noche y tras haber agotado las municiones, se despojaron del correaje e inutilizaron los cerrojos de sus fusiles Mauser, intentando escapar al amparo de la oscuridad y armados sólo con sus pistolas. Sin embargo, fueron sorprendidos en su intento de evasión y hechos prisioneros. Sometidos inicialmente a continuas vejaciones y maltratos, salvaron no obstante sus vidas, gracias a la mediación de unos indígenas de la kabila de Beni-Bu-lfrur, que a cambio de un precio de 125 pesetas por persona, los disfrazaron y los trasladaron a Melilla, a donde llegaron el 28 de julio.
Por otro lado, al llegar a Melilla a partir del mismo día 21 las primeras noticias de la tragedia que estaba aconteciendo por boca de los primeros huidos y supervivientes, la plaza se convulsionaría y la angustia se apoderaría de todos sus habitantes. En los días siguientes, la entrada por el puente de Triana, al que desemboca la carretera de Nador y la pista que confluye en la anterior, procedente de Segangan y San Juan de las Minas, era un hervidero de colonos y militares desmoralizados y aterrorizados que sólo buscaban salvar su vida.
Desde el primer día, junto a algunas fuerzas de la guarnición, se apostarían en ese punto para defender la plaza y controlar la riada de gente que estaba llegando, los efectivos de la Guardia Civil que estaban destacados en la plaza. A su frente estaba el propio capitán jefe de la compañía, José García Agulla, auxiliado por el teniente Valero Pérez Ondategui.[15] Durante aquellas jornadas la sección de la Guardia Civil que prestaba servicio peculiar en Melilla no tendría un momento de descanso, siendo dedicada al completo a controlar las entradas de naturales a la plaza, y, muy especialmente, la ya citada procedente de Nador.
La defensa de Nador
El 24 de julio las kabilas rebeldes iniciarían el ataque a la población de Nador, en donde la guarnición española, muy disminuida al haberse marchado el grueso a Annual, estaba bajo el mando del teniente coronel de Infantería Francisco Pardo Agudín. Sólo se habían quedado un par de secciones de Infantería pertenecientes a la Brigada Disciplinaria, así como fuerzas de varios puestos de la Guardia Civil a cuyo frente se encontraba el teniente Ricardo Fresno Urzay, jefe de la línea de Nador.
En total, incluyendo a los soldados que pudo recuperar dicho oficial de entre los que pasaban por Nador en su huida hacia Melilla y a los familiares de los militares de la guarnición y de los guardias civiles y demás personal civil, serían unos doscientos españoles los que allí se quedaron.
Desde el primer instante, el teniente Fresno se distinguiría en aquellos tensos y dramáticos momentos por su temple y bizarría. De hecho, cuando llegó a la estación de Nador el último tren procedente de Arruit, hizo bajar del mismo a todos los soldados que encontró, poniéndolos inmediatamente a disposición del teniente coronel Pardo para que cooperaran en las labores de defensa.
La noche del 23 de julio el teniente Fresno iría todavía reclutando para la defensa, casi a viva fuerza, a cuantas clases e individuos de tropa del Ejército se encontró deambulando angustiadamente por las calles de Nador.
Inicialmente, y dadas las escasas posibilidades de defensa del poblado, los efectivos se atrincheraron en espera del envío de los refuerzos prometidos desde la cercana Melilla en dos baluartes: la iglesia y la fábrica de harina. El alférez del Benemérito Instituto Lisardo Pérez García, con tropa propia y parte de una sección de Infantería, sería inicialmente el encargado de la defensa de la iglesia que el teniente Fresno había ordenado ocupar y fortificar el día anterior.
El resto se atrincheraría, bajo el mando del teniente coronel Pardo, en la fábrica de harina, pues era el edificio más sólido y que mejor posición defensiva y protección ofrecía. Durante los dos primeros días los rebeldes, si bien dispararon contra ambos reductos, prefirieron dedicarse en su mayor parte a saquear y destruir las viviendas y comercios abandonados por los españoles. Desde las dos torres de la iglesia, guardias civiles y soldados serían impotentes testigos de todo aquello.
Sin embargo, al atardecer del día 25, dado que la situación y la intensidad de los ataques se fueron agravando como consecuencia de la llegada de más fuerzas rebeldes, el teniente coronel Pardo ordenaría el abandono del baluarte de la iglesia ya que se encontraba bastante separado y consideró que era mejor mantener a todos los efectivos reunidos en el mismo edificio. Entre los hombres del alférez Lisardo Pérez se distinguiría por su certera puntería el guardia civil de 1ª clase de Caballería José Sánchez Callejón, quien causaría con su mosquetón Mauser numerosas bajas a los rebeldes.
La evacuación de la iglesia costaría varias bajas a los defensores que fueron constantemente acosados por las calles. Al llegar a la fábrica de harina la situación no era mucho mejor, contabilizándose también varios muertos y heridos entre los defensores de la misma, incluido el propio teniente Fresno que había recibido un impacto de bala en la pierna izquierda.
Por otro lado, pronto surgiría el problema de la escasez de víveres y municiones. Inexplicablemente el teniente coronel Pardo, antes de que se consumara el cerco de Nador por los rifeños, había ordenado que cuarenta cajas de municiones con un centenar de fusiles y la bandera de la Brigada Disciplinaria fuesen enviadas a Melilla, quedándose para la defensa sólo con ocho cajas de municiones y mandando destruir el resto. Así mismo, tampoco había dispuesto un mayor acopio de víveres en previsión de que el asedio se prolongara, posiblemente confiado en el pronto auxilio prometido.
Los rebeldes, que se habían hecho con un cañón, abrieron fuego sobre el edificio causando grandes destrozos, a la vez que hacían sobre él incesante fuego de fusilería. La defensa estaría vertebrada por el reducido núcleo de guardias civiles que fueron quienes realmente mantuvieron el verdadero espíritu de defensa y lucha.
El asedio duraría diez días, sin que los ansiados y prometidos refuerzos de Melilla llegaran a aparecer, pues en la plaza todavía tenían la prioridad de asegurar su propia defensa y esperar la llegada de más fuerzas procedentes de Ceuta y la Península.
Entre todos los defensores destacaría, muy singularmente, por su valentía y continuos actos de heroicidad, el guardia civil Manuel Almarcha García, que llegó a ser propuesto para la Laureada de San Fernando, si bien finalmente no le fue concedida. Una de las actuaciones que motivaron dicha propuesta acontecería en la noche del 27 al 28 de julio, cuando se presentó voluntario para realizar en solitario una descubierta y, armado con su fusil y unas granadas de mano, neutralizar una posición desde donde se les hostigaba constantemente. El guardia Almarcha cumpliría con éxito su misión, pudiendo regresar a la fábrica en medio de un intenso fuego de fusilería que, inúltimente, intentó batirle.[16]
Mientras tanto, la heroica defensa de la fábrica de harina había conseguido distraer a numerosas fuerzas rifeñas que, gracias a ello, no serían utilizadas para atacar Melilla, dando tiempo a que los refuerzos llegados a esa plaza pudieran ir organizándose y asegurar su defensa. Desde allí, el día 31 de julio y ante las peticiones de rendición que los rifeños formulaban a los sitiados de la fábrica, el general de brigada de Infantería José Sanjurjo Sacanell, que había llegado a Melilla con las primeras tropas de refuerzo, le solicitaría al teniente coronel Pardo que resistieran al menos una semana más, tiempo que se estimaba necesario para que pudiera partir una columna con posibilidades de éxito.
Entre tanto uno de los guardias civiles defensores, el cabo Laureano Lozano, acompañado de dos soldados indígenas de Regulares, abandonaría por la noche el baluarte con la misión de llevar un mensaje de socorro. Tras grandes peripecias llegaría hasta las posiciones españolas en unas condiciones físicas lamentables. Pero ya para entonces era demasiado tarde.
El día 2 de agosto, con casi cincuenta bajas propias entre muertos y heridos, agotadas las municiones y los víveres, con el edificio en ruinas por las explosiones de las granadas y los disparos de cañón, así como sin esperanza de poder recibir pronto auxilio de Melilla, que distaba tan sólo quince kilómetros, el teniente coronel Pardo, para salvar la vida de los defensores, familiares y demás paisanos que se encontraban con ellos, decidió aceptar la rendición y ordenó la entrega de las armas.
Como nota curiosa, apuntar que los miembros de la Guardia Civil, tras entregar sus fusiles y empezar a formar junto al resto de los defensores desarmados, pudieron conservar sus pistolas, ya que formaban parte de su uniformidad y el jefe de los rifeños quiso distinguirlos como muestra de respeto y consideración que aquellos hombres le merecían.
Esta vez, y al contrario que lo que dramáticamente acontecería en Monte Arruit una semana después, el pacto de rendición se cumplió por parte rifeña y se respetaron las vidas de los defensores. Una vez abandonado el semiderruido edificio, se formaría una columna con los supervivientes que, con una bandera blanca al frente, serían trasladados a Melilla.
Extenuados y humillados por la rendición que disciplinadamente se vieron obligados a acatar, los guardias civiles se presentarían a su capitán que les estaba esperando a la entrada de Melilla. Entre ellos no hubo ni uno sólo que no hubiera preferido seguir combatiendo unos días más, si bien ello hubiese supuesto seguramente la muerte de todos. Tras ser reconocidos y atendidos los heridos en el hospital de la plaza, volverían, a medida que fueron dados de alta, a incorporarse a la descompuesta compañía que se estaba reorganizando para seguir prestando el servicio peculiar del Benemérito Instituto.
Aquellos valientes hombres, además de los ya citados teniente Fresno, alférez Pérez, cabo Lozano y guardias Sánchez y Almarcha, eran el sargento Manuel Elías Gómez; los cabos Pascual Plaza Crespo y Juan Montero Montilla; el guardia 1º José Berenguer Cuadra; y los guardias 2º Sebastián Gutiérrez Corrales, Diego Carrasco Callejón, Pío Luna González, Manuel García Cádiz, José Gallego Illescas, Esteban López Astigarra, Felipe Rubí Montoya, José Pastor Muñoz, Miguel Rojas Pérez, Juan Macías Rufo, Gregorio Rodríguez Cid, Nazario Sagrario Rodríguez y José Jiménez López.
La mayor parte de ellos regresarían a sus puestos de Nador y Segangan tan pronto fueron liberadas ambas poblaciones por las fuerzas expedicionarias españolas.
La matanza del puesto de Zeluán
Mientras transcurría el excepcional episodio de Nador, la persecución y matanza de los soldados españoles que intentaban alcanzar la plaza de Melilla o se encontraban cercados continuaba en su pleno apogeo. Una de las endebles posiciones atacadas sería la casa-cuartel de la Guardia Civil de Zeluán, cuyos defensores se replegarían sobre la alcazaba, en donde se habían hecho fuertes cerca de quinientos hombres, en su mayor parte huidos de otras posiciones.
El día 3 de agosto, tras diez días de heroica resistencia y haber agotado sus municiones y víveres, los componentes del puesto de Zeluán, al igual que el resto de fuerzas del Ejército que allí se quedaron defendiéndose contra un enemigo infinitamente superior, fueron convencidas por los rifeños de que se les respetarían sus vidas y podrían marcharse a Melilla si entregaban sus armas. El cabo comandante del puesto de la Guardia Civil cumplió las órdenes recibidas del jefe de las fuerzas militares defensoras españolas, el capitán de Infantería Ricardo Carrasco Egaña, que acabó por aceptar el ofrecimiento ya que, además, al parecer, el intermediario era un indígena conocido y de confianza.
Sin embargo, esta vez, y a modo de trágica premonición de lo que pocos días después, el 9 de agosto, acontecería con las fuerzas españolas que, bajo el mando del general de brigada de Caballería Felipe Navarro y Ceballos-Escalera, se encontraban sitiadas en Monte Arruit, el pacto no se cumplió. Nada más abandonar la alcazaba los oficiales y sus soldados, así como los guardias civiles, serían brutalmente perseguidos, torturados, degollados y arrebatados sus uniformes antes de quemar sus cuerpos en la mayor parte de los casos.
Tirados en el suelo, hasta que el 14 de octubre fue recuperada Zeluán por las fuerzas expedicionarias, yacerían, entre más de cuatrocientos cadáveres de soldados españoles, los restos del cabo Francisco Carrión Jiménez y los guardias 2º Paulo Sánchez Sáez, José Noguera Aznar, Constantino Ferrero López y Sotero Alonso Herranz. Afortunadamente, al inicio de los sucesos no había en la casa-cuartel familiares ni otros civiles refugiados con ellos.
LA RECONQUISTA
Con la llegada de refuerzos a Melilla durante las semanas y meses siguientes al “Desastre”, se iniciaría la lenta reconquista de la región ocupada por los rebeldes. La Guardia Civil destacada en Melilla y la procedente de la Península, acompañaría en su avance al resto de las unidades militares, con la finalidad, por un lado, de irse asentando nuevamente en los antiguos puestos perdidos y hacerse cargo de la seguridad publica en los territorios recuperados y, por otro, prestar el consabido servicio de campaña.
Si bien el 28 de septiembre de 1921, se dictaba por el Ministerio de la Guerra una real orden circular por la que se aprobaba el nuevo cuadro orgánico del Benemérito Instituto, como consecuencia de la creación de una sección de Caballería en Orense, no se aprovechó para aumentar la plantilla de la Comandancia de Marruecos, ni siquiera la de la compañía de Melilla. Ello era debido a que los sucesos del mes de julio en esa región se consideraron como de carácter excepcional y coyuntural, no siendo necesarios aumentos de plantillas presupuestarias, sino que eran suficientes las correspondientes y tradicionales concentraciones de personal de otras comandancias por el tiempo de duración de la campaña en cuestión.
De hecho, en la real orden del Ministerio de la Guerra de fecha 5 de agosto de 1922, mediante la que se aprobó el siguiente cuadro orgánico de la Guardia Civil, tampoco se experimentaría aumento alguno para la Comandancia de Marruecos.
A pesar de que en la ley de presupuestos para 1922-1923 se contemplara la creación de un Tercio de Infantería de la Guardia Civil de 1.000 plazas, y el aumento de 500 hombres más de Infantería y otros 500 de Caballería para creación de puestos y reforzar otros ya existentes, tampoco se produjo en esa ocasión aumento alguno para la plantilla de Marruecos. La Península vivía delicados momentos de agitación social y los nuevos efectivos (2.000 hombres) hacían más falta allí.
La crítica e inestable situación política que se vivía terminaría por provocar, el 13 de septiembre de 1923, el pronunciamiento militar, con el visto bueno del rey Alfonso XIII, del capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, quien instauraría el Directorio durante el cual, cuatro años después, se solucionaría el problema de Marruecos.
Habría que esperar hasta 1926, casi un año después del desembarco de Alhucemas, para que, como se verá más adelante, aumentase la plantilla de la Guardia Civil en el norte de África, circunstancia que acontecería con la creación del 28º Tercio de Marruecos.
En cambio, respecto a las guarniciones del Ejército allí destacadas, así como de las fuerzas expedicionarias enviadas, sí se había dictado por la Subsecretaría del Ministerio de la Guerra una real orden circular de 23 de agosto de 1921, “dando reglas para atender a las muchas necesidades de destinos a África, motivadas por las circunstancias actuales”.
La Guardia Civil seguiría prestando por todo el Protectorado, con igual desvelo en el frente como en la retaguardia, su servicio peculiar. La relación de hechos que se exponen muy brevemente a continuación por razones de espacio, constituyen una modesta semblanza del papel desarrollado por los guardias civiles en muy diversas circunstancias y situaciones.[17]
Así, una importante malversación de caudales públicos perpetrada en Larache, sería resuelta deteniéndose a su autor y recuperándose los fondos del Ejército. El capitán jefe de la compañía allí destacada, José Enriquez Ramírez, y los tenientes Antonio Miranda de la Peña y Eduardo Bens Armayor, junto a varios clases y guardias, serían felicitados por ello.
En julio de 1924, la fuerza del puesto de Uad Lau, mandada por el cabo Alfonso del Moral Márquez, y formada por cuatro guardias 2º, se distinguiría por su valor demostrado en las tareas de protección, durante la evacuación de la población civil europea e indígena adicta, sosteniendo constante fuego contra los rifeños rebeldes, hasta que aquélla pudo embarcar en los vapores enviados a tal efecto.
En agosto de ese mismo año, la fuerza del Benemérito Instituto que prestaba servicio en los campamentos de Teffer, Mexerah y Zoco el Jemis de Beni-Arós, próximos a Larache, sufrieron con las fuerzas del Ejército los ataques del enemigo, destacando por su valor y su eficacia en los servicios encomendados, siendo felicitada por el mando militar.
Entre sus integrantes sobresaldrían el guardia Pedro Sánchez Romero y el corneta Casimiro Alvarez Rincón, que se destacarían muy especialmente por la conducción de pliegos con instrucciones del mando a las posiciones asediadas, teniendo que atravesar para ello zonas dominadas por los rebeldes, así como la valerosa escolta que llegaron a hacer de un convoy de 200 acemileros particulares que tenían a su cargo el servicio de abastecimiento a diversas posiciones militares.
El 12 de septiembre de 1924, una patrulla formada por 6 guardias civiles, pertenecientes a la sección de Castillejos, y que marchaba escalonada por la carretera que unía las plazas de Ceuta y Tetuán para prestar el servicio de protección de caminos y vías férreas, sería atacada por un grupo de rifeños que causarían la muerte al guardia José Navarro Rodríguez y heridas de gravedad a su compañero de pareja José Maza Martínez, quien fallecería tres días después. Al repeler la agresión las otras dos parejas, los atacantes huirían internándose en el monte.
En la madrugada del día 29 de ese mismo mes, una nutrida partida de indígenas rebeldes atacaría por sorpresa la posición de Cuesta Colorada, que estaba defendida por 1 sargento y 16 guardias civiles,. A pesar de hostigarla hasta el amanecer, los rifeños no conseguirían conquistarla y terminarían por huir con las primeras luces del nuevo día.
En el mes de octubre, los componentes del puesto de Xauen participarían activamente en las labores de evacuación de la población civil de aquella población y, una vez finalizadas, se replegarían hasta la plaza de Tetuán.
El 24 de noviembre, un importante grupo de rebeldes quiso cortar la carretera que unía Río Martín con la plaza de Tetuán y atacó a un automóvil que circulaba por la misma, matando al conductor e intentado llevarse el vehículo para secuestrar a sus ocupantes y saquear los equipajes, cuando les fue impedido por los guardias Casimiro Rodríguez Santamaría y José Muñoz Hernández, que se encontraban prestando servicio de protección de carreteras en las proximidades y habían acudido rápidamente al escuchar los primeros disparos. Parapetados en la cuneta, dispararían con sus fusiles Mauser y ocasionarían varias bajas al enemigo, evitando que se llevaran el coche y salvando la vida del resto de los ocupantes. La llegada de fuerzas del Ejército terminaría por hacer desistir y huir a los salteadores de caminos.
El 15 de diciembre, una patrulla de la Guardia Civil, formada por 1 cabo y 5 guardias, sería atacada por sorpresa cuando prestaba servicio de protección de dicha carretera. Como consecuencia de las primeras descargas efectuadas, caerían muertos el cabo Antonio Gómez Chaves y el guardia Juan de Dios Esteban Pérez, así como herido de gravedad el de igual empleo Tomás García Casla. Los otros tres guardias se defenderían con el fuego de sus fusiles hasta que, ante la llegada de refuerzos, los rifeños se batirían en retirada.
El 22 de enero de 1925 volvería a destacar un heroico servicio de los hombres del Benemérito Instituto, protagonizado en esta ocasión por el cabo Ramón Roldán Camarena y los guardias Fermín Arrué, Domingo Buendía, Juan Níguez y Francisco Domínguez, al acudir en búsqueda de un acemilero que había desaparecido cuando transportaba víveres del Rincón de Medik a la posición de El Pilar.
Dicha salida la hicieron aprovechando que un convoy con una escolta del Ejército tenía que trasladarse hasta aquella posición. Sin embargo, cuando se encontraban llegando a la misma, fueron atacados por una partida de indígenas. Lejos de retroceder por ello, los guardias civiles contraatacarían con tal brío y empuje que el enemigo se daría a la fuga, causándole además varias bajas, lográndose así salvar el convoy sin daño alguno.
Una semana después, el 29 de enero, los guardias Francisco del Corral y Domingo San José García, que prestaban servicio de vigilancia por el perímetro de Alcazarquivir, acudirían en defensa de los moradores de una casa de campo, situada en su campo exterior, que estaba siendo atacada por una partida de rebeldes, consiguiendo el rescate de aquéllos al provocar la huida de éstos.
El 31 de enero, una partida de salteadores indígenas robaron una treintena de vacas a un joven moro que pastoreaba en las cercanías de Rincón de Medik. Al acudir a denunciarlo al puesto de la Guardia Civil, el guardia de Caballería Bartolomé Bejarano, que prestaba servicio de puertas, se dirigió inmediatamente, él sólo, a su recuperación. Tras dar alcance a los ladrones y entablar tiroteo con ellos, éstos terminarían por darse a la fuga, regresando el guardia civil al poblado con todas las reses.
En la noche del 15 de febrero, un numeroso grupo de moros intentaría asaltar la casa-cuartel de Castillejos, en donde se encontraba destacado el alférez José Expósito Gómez, al frente de 1 sargento, 2 cabos y 19 guardias civiles. Iniciados los primeros disparos, se defenderían con tal rapidez e impetuosidad que harían huir a sus agresores, ocasionándoles varias bajas.
A pesar de que las operaciones militares se iban desarrollando a buen ritmo y con satisfactorios resultados para los intereses españoles, se seguían produciendo, esporádicamente, ataques rifeños aislados en la retaguardia contra personas y viviendas de europeos e indígenas que no se habían sumado a la rebelión.
Ello, que no dejaba ser una cuestión de “bandolerismo”, como muy bien lo definieron diversos altos mandos del Ejército de la época, se convirtió en una de las principales prioridades a resolver por la Guardia Civil de Marruecos. En muchos poblados, los puestos del Benemérito Instituto constituían la única fuerza eficaz para velar por la seguridad pública, ya que la Policía Indígena, a pesar de tener realmente asignadas casi las mismas misiones en ese ámbito, nunca dieron, por muy diferentes causas, el resultado esperado.
El campo exterior de Ceuta, dada además su singular orografía, siempre fue de los más proclives a la comisión de dicho tipo de agresiones, que iban desde robo hasta el asesinato de sus víctimas. Especialmente relevante fue el brillante servicio culminado por la fuerza del puesto de La Almadraba, mandado por el cabo Bartolomé Bernal Palacios y que se saldó con la detención de los rifeños Mohamed Ben Mohamed Saidi y Mohamed Abderreman Chairi, autores del asesinato perpetrado en Arcos Quebrados el 27 de febrero de 1925, en la persona del niño español José Ortuñón Carrión, durante el cual, además, hirieron gravemente a un indígena.
En la noche del 1 de abril, zona horaria de actuación preferida por los moros, una numerosa partida atacaría por sorpresa la cantina denominada “Villa-Tortuga” y la cercana casa-cuartel de Sania-Ramel, sitas en el campo exterior de Tetuán, y en cuyo interior se encontraban el cabo Manuel Mora Prados y los guardias civiles Gaspar Martínez, Carlos Sanz Ortíz, Juan Rodríguez González y Antonio Salguero Castro.
El dueño de la cantina se llamaba José Fiol Roig y había sido anteriormente guardia civil. Fue a refugiarse al puesto mientras era protegido y cubierto por los disparos de fusil de los guardias. Sin embargo, pocos momentos después al participar en la defensa de la casa-cuartel junto a sus antiguos compañeros, sería abatido de un certero disparo. Como consecuencia del nutrido fuego, resultaría también muerto el guardia Martínez, quien llegó a acometer con su fusil a unos rifeños que se habían aproximado al pequeño puesto.
Al amanecer, los atacantes cesarían en su cerco y huirían hacia el interior del territorio. Posteriormente, el cabo Mora, como recompensa a su valor demostrado, sería ascendido por real orden de 4 de mayo de 1926 al empleo de sargento.
El 5 de mayo, un sargento moro del Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas nº 4, mató en Alcazarquivir a dos mujeres indígenas, familiares suyas, con su carabina Mauser y empezó a perseguir a otra más con idéntica intención, amenazando con matar a quien lo intentara evitar. Avisado el sargento José Durán Rojo, comandante del puesto de la Guardia Civil, acudió de inmediato, acompañado del guardia Angel Cenizo Cruz, e inició su persecución por las azoteas del barrio en el que se encontraban. Al intentar el huido disparar contra el sargento Durán, éste haría fuego con su fusil y lo mataría de un certero disparo en la cabeza.
LA GUARDIA CIVIL EN ALHUCEMAS
Si en el mes de julio de 1921 el Ejército español había sufrido en Annual el mayor desastre militar de su historia en las campañas de Marruecos, en donde unos 8.000 soldados perdieron la vida de forma horrible a manos de las kabilas rifeñas rebeldes, que en su explotación del éxito llegaron incluso hasta los arrabales de Melilla, la situación cuatro años más tarde era bien distinta, y la suerte de Mohamed ben Abd el Krim el Jatabi iba a cambiar radicalmente de signo. El alto mando militar español había decidido desembarcar, mediante una gran operación aeronaval, en pleno centro de su territorio: la bahía de Alhucemas.
La idea de desembarcar algún día en esa costa no era nueva. De hecho, tras los sucesos militares acontecidos en la zona de Ceuta-Tetuán en 1913, ya surgió dicho proyecto. El primer plan fue diseñado, aquel mismo año, por el general de brigada de Estado Mayor Francisco Gómez Jordana y Sousa. Finalmente, no llegó a ejecutarse, ya que, parece ser, que no contó con el beneplácito político de la época.
También el malogrado general Fernández Silvestre había pensado en tal posibilidad. Así mismo, tras los trágicos sucesos que implicaron la pérdida de la zona oriental de nuestras posesiones en el norte de África, se formó una comisión para estudiar una acción de esa naturaleza. Sin embargo, la crisis política de marzo de 1922, implicaría la paralización de dicho estudio e, incluso, la posterior disolución de la comisión.
Finalmente, sería en la etapa del Directorio Militar de Primo de Rivera cuando la idea de un desembarco en la zona de Alhucemas volvería a cobrar verdadero cuerpo. El general jerezano, que había sido nombrado el 16 de octubre de 1924, Alto Comisario de España en Marruecos y General en Jefe del Ejército de África, impulsaría las bases del llamado “Tratado de Madrid”, celebrado en el mes de julio de 1925 con la representación francesa, y en el que se llegaría al acuerdo de ejecutar operaciones de guerra combinadas en el norte de África. La actuación concreta consistiría en un desembarco de tropas españolas apoyado por fuerzas aéreas y navales francesas.
La idea del desembarco era la de realizarlo simultáneamente por dos puntos, con el objeto de dividir a las fuerzas contrarias y de poder contar con dos bases de operaciones diferentes para la ejecución de los movimientos de las fuerzas desembarcadas.
El 28 de junio de 1925, el general Primo de Rivera se reuniría en Tetuán con el general francés Henri Philippe Petain y le explicaría los trazos fundamentales del plan. Un inesperado ataque rifeño sufrido el 20 de agosto en el peñón español de Alhucemas, terminó por motivar que el proyecto de un desembarco en su bahía se tornara firme. Al día siguiente, Primo de Rivera y Petain se reunieron en Algeciras y concretaron fechas, etapas y operaciones combinadas. Inicialmente se fijó para el 5 de septiembre, si bien, debido a diversas causas, se retrasó tres días más.
A partir de esa fecha se intensificaron los reconocimientos aéreos y navales de aquella zona. Gracias a ello, se localizaron dos lugares adecuados para llevarlo a cabo: la playa de la Cebadilla y las calas del Quemado y Bonita, sitas en la península de Morro Nuevo.
Las fuerzas de desembarco estarían constituidas por cerca de 18.000 hombres, divididos en dos columnas, una por cada Comandancia General de Ceuta y Melilla, cuya composición sería similar. La primera lo llevaría a cabo en la playa de la Cebadilla, mientras que la segunda lo realizaría sobre la cala del Quemado y cala Bonita. Los franceses debían realizar, simultáneamente, una acción que ocupara los límites meridionales del Rif, además del apoyo directo, aéreo y naval, en la operación de desembarco.
En las “Instrucciones generales para la ejecución de los servicios”, dada en Tetuán el 3 de septiembre, al objeto de organizar el servicio de abastecimiento de las columnas y el de evacuación de personal y material durante el inminente desembarco en Alhucemas, se le asignaría a la Guardia Civil la responsabilidad de enviar pequeños destacamentos, al objeto de ejercer las funciones de policía a las órdenes del cuartel general de cada columna, una vez que éstas se hallasen debidamente organizadas y se permitiese el acceso a ellas de los provisionistas, cantineros y demás personal civil que solía acompañar a las fuerzas expedicionarias.[18]
El 8 de septiembre se iniciaría, por fin, el desembarco. Lo comenzaría la columna procedente de Ceuta en la playa de la Cebadilla y, dos días después, en la zona de la cala del Quemado, la de Melilla. En esas primeras oleadas, que duraron casi dos semanas, ya que debido al mal tiempo tuvieron que suspenderse temporalmente en algunas ocasiones, no participarían fuerzas de la Guardia Civil, si bien, y conforme a lo previsto, pronto se las requeriría para prestar el tan necesitado servicio de campaña.
Así, el 30 de septiembre, el general Primo de Rivera, que estaba embarcado en el acorazado Alfonso XIII, ordenaría mandar un mensaje a Ceuta para que se incorporara a Alhucemas un destacamento de la Guardia Civil, para prestar allí el servicio de campaña. Dicho destacamento debía ser mandado por un capitán y estar integrado por doce parejas. El oficial debía, además, asumir el cargo de comandante militar de la playa
En cumplimiento de ello, el 3 de octubre embarcaría en el puerto de Ceuta, el teniente coronel José Aranguren Roldán, Primer Jefe de la Comandancia de Marruecos, que acompañaría al contingente mandado por el capitán Marcelino Gómez-Plata Mateu, el teniente Juan Luque Arenas y 24 clases y guardias civiles.
En la madrugada del día siguiente llegarían frente a la playa de la Cebadilla, desembarcando con las primeras luces del día e incorporándose, inmediatamente, al campamento para empezar a prestar el servicio de campaña. Tres días después, el 7 de octubre, el general Primo de Rivera, ordenaría como consecuencia de las operaciones que se estaban efectuando, que se incorporasen, a la mayor brevedad posible, seis parejas al sector de Axdir, cosa que cumplieron en la mañana del día 8.
Dado el rápido ritmo con que se desarrollaban las operaciones militares, se hizo necesaria la urgente incorporación a la zona de acción de nuevos efectivos, hasta completar 40 clases y guardias de Infantería y 5 de Caballería.
Una parte de los efectivos se encargó de organizar los puestos de la Guardia Civil en los nuevos territorios conquistados a los rebeldes, y el resto se incorporó a las unidades de primera línea, tomando parte en las operaciones llevadas a cabo el 6 de octubre en Amekrán y Addrar Sedún; el 13, en la Rocosa y Amekrán; el 22 y 23, en Cebadilla; el 27, en el ataque a las posiciones del sector de Amekrán, y el 7 de noviembre de 1925, al de Malmusi y posiciones del sector de Axdir.[19]
Unos días antes, el 30 de octubre, se había dictado una orden por el jefe del estado mayor del sector que mandaba el todavía general de brigada de Infantería Leopoldo Saro Marín, futuro conde de la playa de Ixdain (posteriormente sería ascendido a general de división con antigüedad de 1 de octubre de 1925), aprobando el reglamento del poblado de Cala Quemado. En él se disponía la obligación que tenían los comerciantes, industriales y demás civiles que desembarcaran en aquel sector, de presentar su cédula de identidad al capitán de la Guardia Civil, para su visado.
Este oficial debía, además, vigilar el cumplimiento de todos los acuerdos de carácter civil adoptados por la junta local de servicios, de la que formaba parte. También nombraba las patrullas de vigilancia para ejercer el control del personal civil y de la tropa cuando no estuvieran sus mandos al frente.
En los principales campamentos y posiciones militares siempre habría un pequeño destacamento de la Guardia Civil, que, al mando de un oficial o clase, se encargaba de prestar el servicio de campaña. Aunque normalmente no se permanecía en primera línea de avanzada, no por ello se estaba exentos de caer por el fuego enemigo.
Los sucesos de la medianoche del 27 de diciembre de 1925, acontecidos en el sector de Melilla y, concretamente, en el campamento de Tarfesit, en los que falleció el guardia 2º de Infantería Juan Gallardo Saldaña, a consecuencia del disparo de un cañón rifeño empleado en el ataque contra dicha posición, sería un trágico ejemplo de ello.[20]
Así, cuando reinaba la calma en el campamento, el silencio de la noche se vio roto por el estampido de un cañonazo y el estruendo causado por la explosión del proyectil al impactar en sus proximidades. El cañón volvería a tronar y, esta vez, el disparo cayó en el interior del campamento. La mala fortuna quiso que uno de los cascos de metralla segara la vida del guardia 2º Gallardo, de 32 años de edad, quien se encontraba prestando servicio de campaña.
Al amanecer se decidió evacuar sus restos a Melilla, donde, en la mañana del día 29, recibieron cristiana sepultura en el cementerio de la plaza, siéndole rendidos los honores militares correspondientes. El Comandante General de la plaza envió un telegrama urgente al teniente coronel Jefe de la Comandancia de Marruecos informándole de lo sucedido. Asimismo, dicho jefe remitió a su vez otro, en idéntico sentido, al Director General del Instituto, que, por aquel entonces, era el teniente general Ricardo Burguete Lana.
Por su parte, el teniente Germán Corral Castro, encargado del despacho de la correspondencia de la compañía de Melilla, ya que su capitán se encontraba en la zona de operaciones, procedió a participar por escrito dicha novedad, tanto al superior centro directivo como al teniente coronel Antonio Lozano Díaz, Primer Jefe de la Comandancia de Cádiz, ya que el guardia 2º Gallardo pertenecía a la misma y se encontraba concentrado, con carácter voluntario, en la de Marruecos.
Dado que dicho guardia civil era de estado soltero y no había otorgado testamento, se procedió a incoar por el teniente Eusebio Martínez Izquierdo, auxiliado por el Sargento Carlos Guillén Esteban, ambos pertenecientes a la compañía de Melilla, el oportuno expediente de abintestato.
Por su parte, la Comandancia de Marruecos, que siempre honró a sus muertos, encargó, para perpetuar su memoria y reconocer su servicio prestado a España, una gran lápida de mármol blanco para su tumba con una emotiva inscripción que, 75 años después, puede seguir leyéndose en el mismo lugar en que fue enterrado.[21]
En el boletín oficial de la Guardia Civil número 1, de 20 de enero de 1926, se dedicarían a la memoria de dicho guardia 2º, entre otras, las siguientes palabras: “...Gallardo murió, murió en el acto, murió como los buenos, en el campo del peligro, en el campo del honor. Sus restos fueron trasladados a Melilla e inhumados en el cementerio de aquella población, donde tantos héroes reposan, mezclado entre aquéllos, por ser uno más de los que sin distinción de uniforme, Cuerpo, ni procedencia, juraron defender su Bandera hasta perder la última gota de su sangre. ¡Nos honró! ...”.
La Guardia Civil, seguiría en medio de aquella campaña, cosechando actos beneméritos. Así, el 21 de enero de dicho año, el sargento Valeriano Silva Franco, comandante del puesto de Río Martín, realizaría un destacado servicio humanitario cuando, con la ayuda del cabo de la Compañía de Mar Manuel Mata y los soldados Antonio Martínez Reyes, Antonio García Gutiérrez, Vicente Nop Apero y Aurelio Domínguez Pacheco, logró salvar las vidas de los paisanos Manuel Rodríguez Peña y Carmen Pérez Navarro, que circulaban a bordo de un automóvil que había sido arrastrado por las aguas desbordadas del Uad Martín.
En el mes de septiembre, el sargento José Robles Alés, que estaba concentrado en Larache protagonizaría, con el auxilio de los guardias 2º Manuel Heras Pastor y Francisco Piña Beltrán, un importantísimo servicio, consistente en la desarticulación de una trama que afectaba gravemente a la salud pública de la población de aquella plaza. Como consecuencia de sus investigaciones habían descubierto, en una huerta cercana un matadero clandestino, donde la carne de animales muertos por enfermedades era preparada y vendida al público, fabricando embutidos con la sobrante, cuyos productos también se expendían.
Al realizar excavaciones en la mencionada huerta, encontraron enterrados los despojos de las reses que se utilizaban para tan criminal actividad, así como numerosos productos cárnicos ya elaborados ocultos en una de las instalaciones. Los dos autores, un barcelonés apellidado Rigau, que tenía un establecimiento de venta al público en el zoco, y su empleado, Ambar Embark ben Vakin, fueron inmediatamente detenidos y puestos a disposición del Juzgado de Instrucción de Larache.[22]
Por otro lado, las fuerzas del Benemérito Instituto seguirían participando en las constantes operaciones militares que se seguían llevando a cabo en todo el territorio. Como consecuencia de diferentes enfrentamientos armados con las partidas de rifeños rebeldes, resultarían heridos de gravedad el capitán Florentino Nieto Sánchez, en las estribaciones del Gurugú, y los guardias Joaquín González Fernández y Bartolomé Heredia Méndez, en la Cuesta Colorada y R’gaia, respectivamente.
EL 28º TERCIO DE LA GUARDIA CIVIL DE MARRUECOS
El aumento de efectivos de la Guardia Civil fue siempre una propuesta constante e insaciable de cuantos mandos militares tuvo el Ejército de África o las diferentes comandancias generales, así como de los que ostentaron el cargo de Alto Comisario de España en Marruecos. Aunque existían unidades militares de Policía Indígena, cuyos cuadros de mando eran jefes y oficiales españoles, con misiones similares a las que desempeñaban los hombres del Benemérito Instituto, nunca llegaron a ejercer la labor ni ostentar el carisma de éstos.
Por aquellos años se estudiaron diversas posibilidades y opciones para encontrar alguna solución que fuera factible y eficaz. En las revistas profesionales de la época, como, por ejemplo, la “Revista Técnica de la Guardia Civil”, incluso se publicaron diversos artículos en los que se barajaba la creación de hasta tres Tercios de la Guardia Civil para Marruecos, que estarían integrados, tanto por el personal europeo profesional procedente de la entonces comandancia norteafricana, como por el personal que se considerara idóneo de los tabores de la Policía Indígena. Sin embargo, todo aquello no dejaría de ser mera declaraciones de intenciones o proyectos inacabados que nunca llegaron a ver la luz.
Hay que tener presente que, a pesar del elevado espíritu militar que, junto al de servicio y sacrificio, siempre derrocharon en aquellas tierras de Marruecos, los guardias civiles desconocían, en su mayor parte, el idioma, usos y costumbres de los indígenas, lo cual, unido a su tradicional rebeldía de estos a someterse a cualquier tipo de autoridad, incluso la de sus propias jerarquías, implicaba un evidente menoscabo en la eficacia de sus misiones peculiares. No obstante, la rectitud, seriedad e imparcialidad con que los guardias civiles siempre actuaron en cuantas consultas, quejas y reclamaciones les formularon, les fue haciendo acreedores a la admiración y respeto de los rifeños.
Si bien siempre se consideró por los diferentes mandos de la Guardia Civil de Marruecos, que lo ideal era afectar al servicio de las tradicionales parejas un componente de confianza de la Policía Indígena, la idea nunca llegó a encontrar entre los Comandantes Generales el eco deseado. Tan sólo en algunos casos, como en la ciudad de Tetuán, se llevó a cabo el experimento temporal de formar parejas mixtas de guardias civiles y policías indígenas que dieron muy buenos resultados.
Sin embargo, lo que si llegó finalmente a crearse, máxime si se tienen en cuenta las fechas en que sucedió, casi un año después del victorioso desembarco de Alhucemas, y con vistas al aseguramiento y mantenimiento de la pacificación de Marruecos, fue un Tercio de la Guardia Civil. El despliegue territorial y número de efectivos del Benemérito Instituto que se fijaban era ya para entonces tan importante, que se imponía la necesidad de la presencia de una unidad de esa entidad.
Así, por real orden circular de la Dirección General de Preparación de Campaña del Ministerio de la Guerra de 28 de julio de 1926, se creó el 28º Tercio de la Guardia Civil de Marruecos, que, mandado inicialmente a partir del 10 de agosto, por el coronel Carmelo Rodríguez de la Torre, estaría integrado por dos Comandancias: la de Ceuta, compuesta a su vez por tres compañías (con cabeceras en Ceuta-Jadú, Tetuán y Larache) y un escuadrón (con cabecera en Ceuta y una sección destacada en Larache), y la de Melilla, formada por dos compañías (con cabeceras en Melilla y Villa Sanjurjo). Éstas, a su vez, se componían de 17 líneas y 41 puestos desplegados por todo el Protectorado.
El coronel y su plana mayor fijarían su residencia en la plaza de Ceuta, estando compuesta la plantilla de personal por 694 hombres: 6 jefes (1 coronel, 2 tenientes coroneles y 3 comandantes), 28 oficiales (9 capitanes, 1 capitán médico,13 tenientes y 6 alféreces), 502 clases y tropa de Infantería (5 suboficiales, 20 sargentos, 40 cabos, 20 cornetas, 20 guardias 1º y 397 guardias 2º) y otras 157 de Caballería (1 suboficial, 6 sargentos, 16 cabos, 6 trompetas, 9 guardias 1º y 119 guardias 2º). La plantilla de ganado se componía de 193 caballos (35 de jefes y oficiales, 157 de tropa y 1 de tiro).
La plantilla de la plana mayor del 28º Tercio se componía de 1 coronel, 1 comandante, 3 capitanes, 1 capitán médico y 1 suboficial de Infantería.
El resto se atrincheraría, bajo el mando del teniente coronel Pardo, en la fábrica de harina, pues era el edificio más sólido y que mejor posición defensiva y protección ofrecía. Durante los dos primeros días los rebeldes, si bien dispararon contra ambos reductos, prefirieron dedicarse en su mayor parte a saquear y destruir las viviendas y comercios abandonados por los españoles. Desde las dos torres de la iglesia, guardias civiles y soldados serían impotentes testigos de todo aquello.
Sin embargo, al atardecer del día 25, dado que la situación y la intensidad de los ataques se fueron agravando como consecuencia de la llegada de más fuerzas rebeldes, el teniente coronel Pardo ordenaría el abandono del baluarte de la iglesia ya que se encontraba bastante separado y consideró que era mejor mantener a todos los efectivos reunidos en el mismo edificio. Entre los hombres del alférez Lisardo Pérez se distinguiría por su certera puntería el guardia civil de 1ª clase de Caballería José Sánchez Callejón, quien causaría con su mosquetón Mauser numerosas bajas a los rebeldes.
La evacuación de la iglesia costaría varias bajas a los defensores que fueron constantemente acosados por las calles. Al llegar a la fábrica de harina la situación no era mucho mejor, contabilizándose también varios muertos y heridos entre los defensores de la misma, incluido el propio teniente Fresno que había recibido un impacto de bala en la pierna izquierda.
Por otro lado, pronto surgiría el problema de la escasez de víveres y municiones. Inexplicablemente el teniente coronel Pardo, antes de que se consumara el cerco de Nador por los rifeños, había ordenado que cuarenta cajas de municiones con un centenar de fusiles y la bandera de la Brigada Disciplinaria fuesen enviadas a Melilla, quedándose para la defensa sólo con ocho cajas de municiones y mandando destruir el resto. Así mismo, tampoco había dispuesto un mayor acopio de víveres en previsión de que el asedio se prolongara, posiblemente confiado en el pronto auxilio prometido.
Los rebeldes, que se habían hecho con un cañón, abrieron fuego sobre el edificio causando grandes destrozos, a la vez que hacían sobre él incesante fuego de fusilería. La defensa estaría vertebrada por el reducido núcleo de guardias civiles que fueron quienes realmente mantuvieron el verdadero espíritu de defensa y lucha.
El asedio duraría diez días, sin que los ansiados y prometidos refuerzos de Melilla llegaran a aparecer, pues en la plaza todavía tenían la prioridad de asegurar su propia defensa y esperar la llegada de más fuerzas procedentes de Ceuta y la Península.
Entre todos los defensores destacaría, muy singularmente, por su valentía y continuos actos de heroicidad, el guardia civil Manuel Almarcha García, que llegó a ser propuesto para la Laureada de San Fernando, si bien finalmente no le fue concedida. Una de las actuaciones que motivaron dicha propuesta acontecería en la noche del 27 al 28 de julio, cuando se presentó voluntario para realizar en solitario una descubierta y, armado con su fusil y unas granadas de mano, neutralizar una posición desde donde se les hostigaba constantemente. El guardia Almarcha cumpliría con éxito su misión, pudiendo regresar a la fábrica en medio de un intenso fuego de fusilería que, inúltimente, intentó batirle.[16]
Mientras tanto, la heroica defensa de la fábrica de harina había conseguido distraer a numerosas fuerzas rifeñas que, gracias a ello, no serían utilizadas para atacar Melilla, dando tiempo a que los refuerzos llegados a esa plaza pudieran ir organizándose y asegurar su defensa. Desde allí, el día 31 de julio y ante las peticiones de rendición que los rifeños formulaban a los sitiados de la fábrica, el general de brigada de Infantería José Sanjurjo Sacanell, que había llegado a Melilla con las primeras tropas de refuerzo, le solicitaría al teniente coronel Pardo que resistieran al menos una semana más, tiempo que se estimaba necesario para que pudiera partir una columna con posibilidades de éxito.
Entre tanto uno de los guardias civiles defensores, el cabo Laureano Lozano, acompañado de dos soldados indígenas de Regulares, abandonaría por la noche el baluarte con la misión de llevar un mensaje de socorro. Tras grandes peripecias llegaría hasta las posiciones españolas en unas condiciones físicas lamentables. Pero ya para entonces era demasiado tarde.
El día 2 de agosto, con casi cincuenta bajas propias entre muertos y heridos, agotadas las municiones y los víveres, con el edificio en ruinas por las explosiones de las granadas y los disparos de cañón, así como sin esperanza de poder recibir pronto auxilio de Melilla, que distaba tan sólo quince kilómetros, el teniente coronel Pardo, para salvar la vida de los defensores, familiares y demás paisanos que se encontraban con ellos, decidió aceptar la rendición y ordenó la entrega de las armas.
Como nota curiosa, apuntar que los miembros de la Guardia Civil, tras entregar sus fusiles y empezar a formar junto al resto de los defensores desarmados, pudieron conservar sus pistolas, ya que formaban parte de su uniformidad y el jefe de los rifeños quiso distinguirlos como muestra de respeto y consideración que aquellos hombres le merecían.
Esta vez, y al contrario que lo que dramáticamente acontecería en Monte Arruit una semana después, el pacto de rendición se cumplió por parte rifeña y se respetaron las vidas de los defensores. Una vez abandonado el semiderruido edificio, se formaría una columna con los supervivientes que, con una bandera blanca al frente, serían trasladados a Melilla.
Extenuados y humillados por la rendición que disciplinadamente se vieron obligados a acatar, los guardias civiles se presentarían a su capitán que les estaba esperando a la entrada de Melilla. Entre ellos no hubo ni uno sólo que no hubiera preferido seguir combatiendo unos días más, si bien ello hubiese supuesto seguramente la muerte de todos. Tras ser reconocidos y atendidos los heridos en el hospital de la plaza, volverían, a medida que fueron dados de alta, a incorporarse a la descompuesta compañía que se estaba reorganizando para seguir prestando el servicio peculiar del Benemérito Instituto.
Aquellos valientes hombres, además de los ya citados teniente Fresno, alférez Pérez, cabo Lozano y guardias Sánchez y Almarcha, eran el sargento Manuel Elías Gómez; los cabos Pascual Plaza Crespo y Juan Montero Montilla; el guardia 1º José Berenguer Cuadra; y los guardias 2º Sebastián Gutiérrez Corrales, Diego Carrasco Callejón, Pío Luna González, Manuel García Cádiz, José Gallego Illescas, Esteban López Astigarra, Felipe Rubí Montoya, José Pastor Muñoz, Miguel Rojas Pérez, Juan Macías Rufo, Gregorio Rodríguez Cid, Nazario Sagrario Rodríguez y José Jiménez López.
La mayor parte de ellos regresarían a sus puestos de Nador y Segangan tan pronto fueron liberadas ambas poblaciones por las fuerzas expedicionarias españolas.
La matanza del puesto de Zeluán
Mientras transcurría el excepcional episodio de Nador, la persecución y matanza de los soldados españoles que intentaban alcanzar la plaza de Melilla o se encontraban cercados continuaba en su pleno apogeo. Una de las endebles posiciones atacadas sería la casa-cuartel de la Guardia Civil de Zeluán, cuyos defensores se replegarían sobre la alcazaba, en donde se habían hecho fuertes cerca de quinientos hombres, en su mayor parte huidos de otras posiciones.
El día 3 de agosto, tras diez días de heroica resistencia y haber agotado sus municiones y víveres, los componentes del puesto de Zeluán, al igual que el resto de fuerzas del Ejército que allí se quedaron defendiéndose contra un enemigo infinitamente superior, fueron convencidas por los rifeños de que se les respetarían sus vidas y podrían marcharse a Melilla si entregaban sus armas. El cabo comandante del puesto de la Guardia Civil cumplió las órdenes recibidas del jefe de las fuerzas militares defensoras españolas, el capitán de Infantería Ricardo Carrasco Egaña, que acabó por aceptar el ofrecimiento ya que, además, al parecer, el intermediario era un indígena conocido y de confianza.
Sin embargo, esta vez, y a modo de trágica premonición de lo que pocos días después, el 9 de agosto, acontecería con las fuerzas españolas que, bajo el mando del general de brigada de Caballería Felipe Navarro y Ceballos-Escalera, se encontraban sitiadas en Monte Arruit, el pacto no se cumplió. Nada más abandonar la alcazaba los oficiales y sus soldados, así como los guardias civiles, serían brutalmente perseguidos, torturados, degollados y arrebatados sus uniformes antes de quemar sus cuerpos en la mayor parte de los casos.
Tirados en el suelo, hasta que el 14 de octubre fue recuperada Zeluán por las fuerzas expedicionarias, yacerían, entre más de cuatrocientos cadáveres de soldados españoles, los restos del cabo Francisco Carrión Jiménez y los guardias 2º Paulo Sánchez Sáez, José Noguera Aznar, Constantino Ferrero López y Sotero Alonso Herranz. Afortunadamente, al inicio de los sucesos no había en la casa-cuartel familiares ni otros civiles refugiados con ellos.
LA RECONQUISTA
Con la llegada de refuerzos a Melilla durante las semanas y meses siguientes al “Desastre”, se iniciaría la lenta reconquista de la región ocupada por los rebeldes. La Guardia Civil destacada en Melilla y la procedente de la Península, acompañaría en su avance al resto de las unidades militares, con la finalidad, por un lado, de irse asentando nuevamente en los antiguos puestos perdidos y hacerse cargo de la seguridad publica en los territorios recuperados y, por otro, prestar el consabido servicio de campaña.
Si bien el 28 de septiembre de 1921, se dictaba por el Ministerio de la Guerra una real orden circular por la que se aprobaba el nuevo cuadro orgánico del Benemérito Instituto, como consecuencia de la creación de una sección de Caballería en Orense, no se aprovechó para aumentar la plantilla de la Comandancia de Marruecos, ni siquiera la de la compañía de Melilla. Ello era debido a que los sucesos del mes de julio en esa región se consideraron como de carácter excepcional y coyuntural, no siendo necesarios aumentos de plantillas presupuestarias, sino que eran suficientes las correspondientes y tradicionales concentraciones de personal de otras comandancias por el tiempo de duración de la campaña en cuestión.
De hecho, en la real orden del Ministerio de la Guerra de fecha 5 de agosto de 1922, mediante la que se aprobó el siguiente cuadro orgánico de la Guardia Civil, tampoco se experimentaría aumento alguno para la Comandancia de Marruecos.
A pesar de que en la ley de presupuestos para 1922-1923 se contemplara la creación de un Tercio de Infantería de la Guardia Civil de 1.000 plazas, y el aumento de 500 hombres más de Infantería y otros 500 de Caballería para creación de puestos y reforzar otros ya existentes, tampoco se produjo en esa ocasión aumento alguno para la plantilla de Marruecos. La Península vivía delicados momentos de agitación social y los nuevos efectivos (2.000 hombres) hacían más falta allí.
La crítica e inestable situación política que se vivía terminaría por provocar, el 13 de septiembre de 1923, el pronunciamiento militar, con el visto bueno del rey Alfonso XIII, del capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, quien instauraría el Directorio durante el cual, cuatro años después, se solucionaría el problema de Marruecos.
Habría que esperar hasta 1926, casi un año después del desembarco de Alhucemas, para que, como se verá más adelante, aumentase la plantilla de la Guardia Civil en el norte de África, circunstancia que acontecería con la creación del 28º Tercio de Marruecos.
En cambio, respecto a las guarniciones del Ejército allí destacadas, así como de las fuerzas expedicionarias enviadas, sí se había dictado por la Subsecretaría del Ministerio de la Guerra una real orden circular de 23 de agosto de 1921, “dando reglas para atender a las muchas necesidades de destinos a África, motivadas por las circunstancias actuales”.
La Guardia Civil seguiría prestando por todo el Protectorado, con igual desvelo en el frente como en la retaguardia, su servicio peculiar. La relación de hechos que se exponen muy brevemente a continuación por razones de espacio, constituyen una modesta semblanza del papel desarrollado por los guardias civiles en muy diversas circunstancias y situaciones.[17]
Así, una importante malversación de caudales públicos perpetrada en Larache, sería resuelta deteniéndose a su autor y recuperándose los fondos del Ejército. El capitán jefe de la compañía allí destacada, José Enriquez Ramírez, y los tenientes Antonio Miranda de la Peña y Eduardo Bens Armayor, junto a varios clases y guardias, serían felicitados por ello.
En julio de 1924, la fuerza del puesto de Uad Lau, mandada por el cabo Alfonso del Moral Márquez, y formada por cuatro guardias 2º, se distinguiría por su valor demostrado en las tareas de protección, durante la evacuación de la población civil europea e indígena adicta, sosteniendo constante fuego contra los rifeños rebeldes, hasta que aquélla pudo embarcar en los vapores enviados a tal efecto.
En agosto de ese mismo año, la fuerza del Benemérito Instituto que prestaba servicio en los campamentos de Teffer, Mexerah y Zoco el Jemis de Beni-Arós, próximos a Larache, sufrieron con las fuerzas del Ejército los ataques del enemigo, destacando por su valor y su eficacia en los servicios encomendados, siendo felicitada por el mando militar.
Entre sus integrantes sobresaldrían el guardia Pedro Sánchez Romero y el corneta Casimiro Alvarez Rincón, que se destacarían muy especialmente por la conducción de pliegos con instrucciones del mando a las posiciones asediadas, teniendo que atravesar para ello zonas dominadas por los rebeldes, así como la valerosa escolta que llegaron a hacer de un convoy de 200 acemileros particulares que tenían a su cargo el servicio de abastecimiento a diversas posiciones militares.
El 12 de septiembre de 1924, una patrulla formada por 6 guardias civiles, pertenecientes a la sección de Castillejos, y que marchaba escalonada por la carretera que unía las plazas de Ceuta y Tetuán para prestar el servicio de protección de caminos y vías férreas, sería atacada por un grupo de rifeños que causarían la muerte al guardia José Navarro Rodríguez y heridas de gravedad a su compañero de pareja José Maza Martínez, quien fallecería tres días después. Al repeler la agresión las otras dos parejas, los atacantes huirían internándose en el monte.
En la madrugada del día 29 de ese mismo mes, una nutrida partida de indígenas rebeldes atacaría por sorpresa la posición de Cuesta Colorada, que estaba defendida por 1 sargento y 16 guardias civiles,. A pesar de hostigarla hasta el amanecer, los rifeños no conseguirían conquistarla y terminarían por huir con las primeras luces del nuevo día.
En el mes de octubre, los componentes del puesto de Xauen participarían activamente en las labores de evacuación de la población civil de aquella población y, una vez finalizadas, se replegarían hasta la plaza de Tetuán.
El 24 de noviembre, un importante grupo de rebeldes quiso cortar la carretera que unía Río Martín con la plaza de Tetuán y atacó a un automóvil que circulaba por la misma, matando al conductor e intentado llevarse el vehículo para secuestrar a sus ocupantes y saquear los equipajes, cuando les fue impedido por los guardias Casimiro Rodríguez Santamaría y José Muñoz Hernández, que se encontraban prestando servicio de protección de carreteras en las proximidades y habían acudido rápidamente al escuchar los primeros disparos. Parapetados en la cuneta, dispararían con sus fusiles Mauser y ocasionarían varias bajas al enemigo, evitando que se llevaran el coche y salvando la vida del resto de los ocupantes. La llegada de fuerzas del Ejército terminaría por hacer desistir y huir a los salteadores de caminos.
El 15 de diciembre, una patrulla de la Guardia Civil, formada por 1 cabo y 5 guardias, sería atacada por sorpresa cuando prestaba servicio de protección de dicha carretera. Como consecuencia de las primeras descargas efectuadas, caerían muertos el cabo Antonio Gómez Chaves y el guardia Juan de Dios Esteban Pérez, así como herido de gravedad el de igual empleo Tomás García Casla. Los otros tres guardias se defenderían con el fuego de sus fusiles hasta que, ante la llegada de refuerzos, los rifeños se batirían en retirada.
El 22 de enero de 1925 volvería a destacar un heroico servicio de los hombres del Benemérito Instituto, protagonizado en esta ocasión por el cabo Ramón Roldán Camarena y los guardias Fermín Arrué, Domingo Buendía, Juan Níguez y Francisco Domínguez, al acudir en búsqueda de un acemilero que había desaparecido cuando transportaba víveres del Rincón de Medik a la posición de El Pilar.
Dicha salida la hicieron aprovechando que un convoy con una escolta del Ejército tenía que trasladarse hasta aquella posición. Sin embargo, cuando se encontraban llegando a la misma, fueron atacados por una partida de indígenas. Lejos de retroceder por ello, los guardias civiles contraatacarían con tal brío y empuje que el enemigo se daría a la fuga, causándole además varias bajas, lográndose así salvar el convoy sin daño alguno.
Una semana después, el 29 de enero, los guardias Francisco del Corral y Domingo San José García, que prestaban servicio de vigilancia por el perímetro de Alcazarquivir, acudirían en defensa de los moradores de una casa de campo, situada en su campo exterior, que estaba siendo atacada por una partida de rebeldes, consiguiendo el rescate de aquéllos al provocar la huida de éstos.
El 31 de enero, una partida de salteadores indígenas robaron una treintena de vacas a un joven moro que pastoreaba en las cercanías de Rincón de Medik. Al acudir a denunciarlo al puesto de la Guardia Civil, el guardia de Caballería Bartolomé Bejarano, que prestaba servicio de puertas, se dirigió inmediatamente, él sólo, a su recuperación. Tras dar alcance a los ladrones y entablar tiroteo con ellos, éstos terminarían por darse a la fuga, regresando el guardia civil al poblado con todas las reses.
En la noche del 15 de febrero, un numeroso grupo de moros intentaría asaltar la casa-cuartel de Castillejos, en donde se encontraba destacado el alférez José Expósito Gómez, al frente de 1 sargento, 2 cabos y 19 guardias civiles. Iniciados los primeros disparos, se defenderían con tal rapidez e impetuosidad que harían huir a sus agresores, ocasionándoles varias bajas.
A pesar de que las operaciones militares se iban desarrollando a buen ritmo y con satisfactorios resultados para los intereses españoles, se seguían produciendo, esporádicamente, ataques rifeños aislados en la retaguardia contra personas y viviendas de europeos e indígenas que no se habían sumado a la rebelión.
Ello, que no dejaba ser una cuestión de “bandolerismo”, como muy bien lo definieron diversos altos mandos del Ejército de la época, se convirtió en una de las principales prioridades a resolver por la Guardia Civil de Marruecos. En muchos poblados, los puestos del Benemérito Instituto constituían la única fuerza eficaz para velar por la seguridad pública, ya que la Policía Indígena, a pesar de tener realmente asignadas casi las mismas misiones en ese ámbito, nunca dieron, por muy diferentes causas, el resultado esperado.
El campo exterior de Ceuta, dada además su singular orografía, siempre fue de los más proclives a la comisión de dicho tipo de agresiones, que iban desde robo hasta el asesinato de sus víctimas. Especialmente relevante fue el brillante servicio culminado por la fuerza del puesto de La Almadraba, mandado por el cabo Bartolomé Bernal Palacios y que se saldó con la detención de los rifeños Mohamed Ben Mohamed Saidi y Mohamed Abderreman Chairi, autores del asesinato perpetrado en Arcos Quebrados el 27 de febrero de 1925, en la persona del niño español José Ortuñón Carrión, durante el cual, además, hirieron gravemente a un indígena.
En la noche del 1 de abril, zona horaria de actuación preferida por los moros, una numerosa partida atacaría por sorpresa la cantina denominada “Villa-Tortuga” y la cercana casa-cuartel de Sania-Ramel, sitas en el campo exterior de Tetuán, y en cuyo interior se encontraban el cabo Manuel Mora Prados y los guardias civiles Gaspar Martínez, Carlos Sanz Ortíz, Juan Rodríguez González y Antonio Salguero Castro.
El dueño de la cantina se llamaba José Fiol Roig y había sido anteriormente guardia civil. Fue a refugiarse al puesto mientras era protegido y cubierto por los disparos de fusil de los guardias. Sin embargo, pocos momentos después al participar en la defensa de la casa-cuartel junto a sus antiguos compañeros, sería abatido de un certero disparo. Como consecuencia del nutrido fuego, resultaría también muerto el guardia Martínez, quien llegó a acometer con su fusil a unos rifeños que se habían aproximado al pequeño puesto.
Al amanecer, los atacantes cesarían en su cerco y huirían hacia el interior del territorio. Posteriormente, el cabo Mora, como recompensa a su valor demostrado, sería ascendido por real orden de 4 de mayo de 1926 al empleo de sargento.
El 5 de mayo, un sargento moro del Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas nº 4, mató en Alcazarquivir a dos mujeres indígenas, familiares suyas, con su carabina Mauser y empezó a perseguir a otra más con idéntica intención, amenazando con matar a quien lo intentara evitar. Avisado el sargento José Durán Rojo, comandante del puesto de la Guardia Civil, acudió de inmediato, acompañado del guardia Angel Cenizo Cruz, e inició su persecución por las azoteas del barrio en el que se encontraban. Al intentar el huido disparar contra el sargento Durán, éste haría fuego con su fusil y lo mataría de un certero disparo en la cabeza.
LA GUARDIA CIVIL EN ALHUCEMAS
Si en el mes de julio de 1921 el Ejército español había sufrido en Annual el mayor desastre militar de su historia en las campañas de Marruecos, en donde unos 8.000 soldados perdieron la vida de forma horrible a manos de las kabilas rifeñas rebeldes, que en su explotación del éxito llegaron incluso hasta los arrabales de Melilla, la situación cuatro años más tarde era bien distinta, y la suerte de Mohamed ben Abd el Krim el Jatabi iba a cambiar radicalmente de signo. El alto mando militar español había decidido desembarcar, mediante una gran operación aeronaval, en pleno centro de su territorio: la bahía de Alhucemas.
La idea de desembarcar algún día en esa costa no era nueva. De hecho, tras los sucesos militares acontecidos en la zona de Ceuta-Tetuán en 1913, ya surgió dicho proyecto. El primer plan fue diseñado, aquel mismo año, por el general de brigada de Estado Mayor Francisco Gómez Jordana y Sousa. Finalmente, no llegó a ejecutarse, ya que, parece ser, que no contó con el beneplácito político de la época.
También el malogrado general Fernández Silvestre había pensado en tal posibilidad. Así mismo, tras los trágicos sucesos que implicaron la pérdida de la zona oriental de nuestras posesiones en el norte de África, se formó una comisión para estudiar una acción de esa naturaleza. Sin embargo, la crisis política de marzo de 1922, implicaría la paralización de dicho estudio e, incluso, la posterior disolución de la comisión.
Finalmente, sería en la etapa del Directorio Militar de Primo de Rivera cuando la idea de un desembarco en la zona de Alhucemas volvería a cobrar verdadero cuerpo. El general jerezano, que había sido nombrado el 16 de octubre de 1924, Alto Comisario de España en Marruecos y General en Jefe del Ejército de África, impulsaría las bases del llamado “Tratado de Madrid”, celebrado en el mes de julio de 1925 con la representación francesa, y en el que se llegaría al acuerdo de ejecutar operaciones de guerra combinadas en el norte de África. La actuación concreta consistiría en un desembarco de tropas españolas apoyado por fuerzas aéreas y navales francesas.
La idea del desembarco era la de realizarlo simultáneamente por dos puntos, con el objeto de dividir a las fuerzas contrarias y de poder contar con dos bases de operaciones diferentes para la ejecución de los movimientos de las fuerzas desembarcadas.
El 28 de junio de 1925, el general Primo de Rivera se reuniría en Tetuán con el general francés Henri Philippe Petain y le explicaría los trazos fundamentales del plan. Un inesperado ataque rifeño sufrido el 20 de agosto en el peñón español de Alhucemas, terminó por motivar que el proyecto de un desembarco en su bahía se tornara firme. Al día siguiente, Primo de Rivera y Petain se reunieron en Algeciras y concretaron fechas, etapas y operaciones combinadas. Inicialmente se fijó para el 5 de septiembre, si bien, debido a diversas causas, se retrasó tres días más.
A partir de esa fecha se intensificaron los reconocimientos aéreos y navales de aquella zona. Gracias a ello, se localizaron dos lugares adecuados para llevarlo a cabo: la playa de la Cebadilla y las calas del Quemado y Bonita, sitas en la península de Morro Nuevo.
Las fuerzas de desembarco estarían constituidas por cerca de 18.000 hombres, divididos en dos columnas, una por cada Comandancia General de Ceuta y Melilla, cuya composición sería similar. La primera lo llevaría a cabo en la playa de la Cebadilla, mientras que la segunda lo realizaría sobre la cala del Quemado y cala Bonita. Los franceses debían realizar, simultáneamente, una acción que ocupara los límites meridionales del Rif, además del apoyo directo, aéreo y naval, en la operación de desembarco.
En las “Instrucciones generales para la ejecución de los servicios”, dada en Tetuán el 3 de septiembre, al objeto de organizar el servicio de abastecimiento de las columnas y el de evacuación de personal y material durante el inminente desembarco en Alhucemas, se le asignaría a la Guardia Civil la responsabilidad de enviar pequeños destacamentos, al objeto de ejercer las funciones de policía a las órdenes del cuartel general de cada columna, una vez que éstas se hallasen debidamente organizadas y se permitiese el acceso a ellas de los provisionistas, cantineros y demás personal civil que solía acompañar a las fuerzas expedicionarias.[18]
El 8 de septiembre se iniciaría, por fin, el desembarco. Lo comenzaría la columna procedente de Ceuta en la playa de la Cebadilla y, dos días después, en la zona de la cala del Quemado, la de Melilla. En esas primeras oleadas, que duraron casi dos semanas, ya que debido al mal tiempo tuvieron que suspenderse temporalmente en algunas ocasiones, no participarían fuerzas de la Guardia Civil, si bien, y conforme a lo previsto, pronto se las requeriría para prestar el tan necesitado servicio de campaña.
Así, el 30 de septiembre, el general Primo de Rivera, que estaba embarcado en el acorazado Alfonso XIII, ordenaría mandar un mensaje a Ceuta para que se incorporara a Alhucemas un destacamento de la Guardia Civil, para prestar allí el servicio de campaña. Dicho destacamento debía ser mandado por un capitán y estar integrado por doce parejas. El oficial debía, además, asumir el cargo de comandante militar de la playa
En cumplimiento de ello, el 3 de octubre embarcaría en el puerto de Ceuta, el teniente coronel José Aranguren Roldán, Primer Jefe de la Comandancia de Marruecos, que acompañaría al contingente mandado por el capitán Marcelino Gómez-Plata Mateu, el teniente Juan Luque Arenas y 24 clases y guardias civiles.
En la madrugada del día siguiente llegarían frente a la playa de la Cebadilla, desembarcando con las primeras luces del día e incorporándose, inmediatamente, al campamento para empezar a prestar el servicio de campaña. Tres días después, el 7 de octubre, el general Primo de Rivera, ordenaría como consecuencia de las operaciones que se estaban efectuando, que se incorporasen, a la mayor brevedad posible, seis parejas al sector de Axdir, cosa que cumplieron en la mañana del día 8.
Dado el rápido ritmo con que se desarrollaban las operaciones militares, se hizo necesaria la urgente incorporación a la zona de acción de nuevos efectivos, hasta completar 40 clases y guardias de Infantería y 5 de Caballería.
Una parte de los efectivos se encargó de organizar los puestos de la Guardia Civil en los nuevos territorios conquistados a los rebeldes, y el resto se incorporó a las unidades de primera línea, tomando parte en las operaciones llevadas a cabo el 6 de octubre en Amekrán y Addrar Sedún; el 13, en la Rocosa y Amekrán; el 22 y 23, en Cebadilla; el 27, en el ataque a las posiciones del sector de Amekrán, y el 7 de noviembre de 1925, al de Malmusi y posiciones del sector de Axdir.[19]
Unos días antes, el 30 de octubre, se había dictado una orden por el jefe del estado mayor del sector que mandaba el todavía general de brigada de Infantería Leopoldo Saro Marín, futuro conde de la playa de Ixdain (posteriormente sería ascendido a general de división con antigüedad de 1 de octubre de 1925), aprobando el reglamento del poblado de Cala Quemado. En él se disponía la obligación que tenían los comerciantes, industriales y demás civiles que desembarcaran en aquel sector, de presentar su cédula de identidad al capitán de la Guardia Civil, para su visado.
Este oficial debía, además, vigilar el cumplimiento de todos los acuerdos de carácter civil adoptados por la junta local de servicios, de la que formaba parte. También nombraba las patrullas de vigilancia para ejercer el control del personal civil y de la tropa cuando no estuvieran sus mandos al frente.
En los principales campamentos y posiciones militares siempre habría un pequeño destacamento de la Guardia Civil, que, al mando de un oficial o clase, se encargaba de prestar el servicio de campaña. Aunque normalmente no se permanecía en primera línea de avanzada, no por ello se estaba exentos de caer por el fuego enemigo.
Los sucesos de la medianoche del 27 de diciembre de 1925, acontecidos en el sector de Melilla y, concretamente, en el campamento de Tarfesit, en los que falleció el guardia 2º de Infantería Juan Gallardo Saldaña, a consecuencia del disparo de un cañón rifeño empleado en el ataque contra dicha posición, sería un trágico ejemplo de ello.[20]
Así, cuando reinaba la calma en el campamento, el silencio de la noche se vio roto por el estampido de un cañonazo y el estruendo causado por la explosión del proyectil al impactar en sus proximidades. El cañón volvería a tronar y, esta vez, el disparo cayó en el interior del campamento. La mala fortuna quiso que uno de los cascos de metralla segara la vida del guardia 2º Gallardo, de 32 años de edad, quien se encontraba prestando servicio de campaña.
Al amanecer se decidió evacuar sus restos a Melilla, donde, en la mañana del día 29, recibieron cristiana sepultura en el cementerio de la plaza, siéndole rendidos los honores militares correspondientes. El Comandante General de la plaza envió un telegrama urgente al teniente coronel Jefe de la Comandancia de Marruecos informándole de lo sucedido. Asimismo, dicho jefe remitió a su vez otro, en idéntico sentido, al Director General del Instituto, que, por aquel entonces, era el teniente general Ricardo Burguete Lana.
Por su parte, el teniente Germán Corral Castro, encargado del despacho de la correspondencia de la compañía de Melilla, ya que su capitán se encontraba en la zona de operaciones, procedió a participar por escrito dicha novedad, tanto al superior centro directivo como al teniente coronel Antonio Lozano Díaz, Primer Jefe de la Comandancia de Cádiz, ya que el guardia 2º Gallardo pertenecía a la misma y se encontraba concentrado, con carácter voluntario, en la de Marruecos.
Dado que dicho guardia civil era de estado soltero y no había otorgado testamento, se procedió a incoar por el teniente Eusebio Martínez Izquierdo, auxiliado por el Sargento Carlos Guillén Esteban, ambos pertenecientes a la compañía de Melilla, el oportuno expediente de abintestato.
Por su parte, la Comandancia de Marruecos, que siempre honró a sus muertos, encargó, para perpetuar su memoria y reconocer su servicio prestado a España, una gran lápida de mármol blanco para su tumba con una emotiva inscripción que, 75 años después, puede seguir leyéndose en el mismo lugar en que fue enterrado.[21]
En el boletín oficial de la Guardia Civil número 1, de 20 de enero de 1926, se dedicarían a la memoria de dicho guardia 2º, entre otras, las siguientes palabras: “...Gallardo murió, murió en el acto, murió como los buenos, en el campo del peligro, en el campo del honor. Sus restos fueron trasladados a Melilla e inhumados en el cementerio de aquella población, donde tantos héroes reposan, mezclado entre aquéllos, por ser uno más de los que sin distinción de uniforme, Cuerpo, ni procedencia, juraron defender su Bandera hasta perder la última gota de su sangre. ¡Nos honró! ...”.
La Guardia Civil, seguiría en medio de aquella campaña, cosechando actos beneméritos. Así, el 21 de enero de dicho año, el sargento Valeriano Silva Franco, comandante del puesto de Río Martín, realizaría un destacado servicio humanitario cuando, con la ayuda del cabo de la Compañía de Mar Manuel Mata y los soldados Antonio Martínez Reyes, Antonio García Gutiérrez, Vicente Nop Apero y Aurelio Domínguez Pacheco, logró salvar las vidas de los paisanos Manuel Rodríguez Peña y Carmen Pérez Navarro, que circulaban a bordo de un automóvil que había sido arrastrado por las aguas desbordadas del Uad Martín.
En el mes de septiembre, el sargento José Robles Alés, que estaba concentrado en Larache protagonizaría, con el auxilio de los guardias 2º Manuel Heras Pastor y Francisco Piña Beltrán, un importantísimo servicio, consistente en la desarticulación de una trama que afectaba gravemente a la salud pública de la población de aquella plaza. Como consecuencia de sus investigaciones habían descubierto, en una huerta cercana un matadero clandestino, donde la carne de animales muertos por enfermedades era preparada y vendida al público, fabricando embutidos con la sobrante, cuyos productos también se expendían.
Al realizar excavaciones en la mencionada huerta, encontraron enterrados los despojos de las reses que se utilizaban para tan criminal actividad, así como numerosos productos cárnicos ya elaborados ocultos en una de las instalaciones. Los dos autores, un barcelonés apellidado Rigau, que tenía un establecimiento de venta al público en el zoco, y su empleado, Ambar Embark ben Vakin, fueron inmediatamente detenidos y puestos a disposición del Juzgado de Instrucción de Larache.[22]
Por otro lado, las fuerzas del Benemérito Instituto seguirían participando en las constantes operaciones militares que se seguían llevando a cabo en todo el territorio. Como consecuencia de diferentes enfrentamientos armados con las partidas de rifeños rebeldes, resultarían heridos de gravedad el capitán Florentino Nieto Sánchez, en las estribaciones del Gurugú, y los guardias Joaquín González Fernández y Bartolomé Heredia Méndez, en la Cuesta Colorada y R’gaia, respectivamente.
EL 28º TERCIO DE LA GUARDIA CIVIL DE MARRUECOS
El aumento de efectivos de la Guardia Civil fue siempre una propuesta constante e insaciable de cuantos mandos militares tuvo el Ejército de África o las diferentes comandancias generales, así como de los que ostentaron el cargo de Alto Comisario de España en Marruecos. Aunque existían unidades militares de Policía Indígena, cuyos cuadros de mando eran jefes y oficiales españoles, con misiones similares a las que desempeñaban los hombres del Benemérito Instituto, nunca llegaron a ejercer la labor ni ostentar el carisma de éstos.
Por aquellos años se estudiaron diversas posibilidades y opciones para encontrar alguna solución que fuera factible y eficaz. En las revistas profesionales de la época, como, por ejemplo, la “Revista Técnica de la Guardia Civil”, incluso se publicaron diversos artículos en los que se barajaba la creación de hasta tres Tercios de la Guardia Civil para Marruecos, que estarían integrados, tanto por el personal europeo profesional procedente de la entonces comandancia norteafricana, como por el personal que se considerara idóneo de los tabores de la Policía Indígena. Sin embargo, todo aquello no dejaría de ser mera declaraciones de intenciones o proyectos inacabados que nunca llegaron a ver la luz.
Hay que tener presente que, a pesar del elevado espíritu militar que, junto al de servicio y sacrificio, siempre derrocharon en aquellas tierras de Marruecos, los guardias civiles desconocían, en su mayor parte, el idioma, usos y costumbres de los indígenas, lo cual, unido a su tradicional rebeldía de estos a someterse a cualquier tipo de autoridad, incluso la de sus propias jerarquías, implicaba un evidente menoscabo en la eficacia de sus misiones peculiares. No obstante, la rectitud, seriedad e imparcialidad con que los guardias civiles siempre actuaron en cuantas consultas, quejas y reclamaciones les formularon, les fue haciendo acreedores a la admiración y respeto de los rifeños.
Si bien siempre se consideró por los diferentes mandos de la Guardia Civil de Marruecos, que lo ideal era afectar al servicio de las tradicionales parejas un componente de confianza de la Policía Indígena, la idea nunca llegó a encontrar entre los Comandantes Generales el eco deseado. Tan sólo en algunos casos, como en la ciudad de Tetuán, se llevó a cabo el experimento temporal de formar parejas mixtas de guardias civiles y policías indígenas que dieron muy buenos resultados.
Sin embargo, lo que si llegó finalmente a crearse, máxime si se tienen en cuenta las fechas en que sucedió, casi un año después del victorioso desembarco de Alhucemas, y con vistas al aseguramiento y mantenimiento de la pacificación de Marruecos, fue un Tercio de la Guardia Civil. El despliegue territorial y número de efectivos del Benemérito Instituto que se fijaban era ya para entonces tan importante, que se imponía la necesidad de la presencia de una unidad de esa entidad.
Así, por real orden circular de la Dirección General de Preparación de Campaña del Ministerio de la Guerra de 28 de julio de 1926, se creó el 28º Tercio de la Guardia Civil de Marruecos, que, mandado inicialmente a partir del 10 de agosto, por el coronel Carmelo Rodríguez de la Torre, estaría integrado por dos Comandancias: la de Ceuta, compuesta a su vez por tres compañías (con cabeceras en Ceuta-Jadú, Tetuán y Larache) y un escuadrón (con cabecera en Ceuta y una sección destacada en Larache), y la de Melilla, formada por dos compañías (con cabeceras en Melilla y Villa Sanjurjo). Éstas, a su vez, se componían de 17 líneas y 41 puestos desplegados por todo el Protectorado.
El coronel y su plana mayor fijarían su residencia en la plaza de Ceuta, estando compuesta la plantilla de personal por 694 hombres: 6 jefes (1 coronel, 2 tenientes coroneles y 3 comandantes), 28 oficiales (9 capitanes, 1 capitán médico,13 tenientes y 6 alféreces), 502 clases y tropa de Infantería (5 suboficiales, 20 sargentos, 40 cabos, 20 cornetas, 20 guardias 1º y 397 guardias 2º) y otras 157 de Caballería (1 suboficial, 6 sargentos, 16 cabos, 6 trompetas, 9 guardias 1º y 119 guardias 2º). La plantilla de ganado se componía de 193 caballos (35 de jefes y oficiales, 157 de tropa y 1 de tiro).
La plantilla de la plana mayor del 28º Tercio se componía de 1 coronel, 1 comandante, 3 capitanes, 1 capitán médico y 1 suboficial de Infantería.
La plantilla de la Comandancia de Ceuta, mandada por el teniente coronel José Aranguren Roldán, hasta entonces jefe de la Comandancia de Marruecos, se componía de 1 teniente coronel, 1 comandante, 4 capitanes, 9 tenientes, 4 alféreces, 327 clases y tropa de Infantería (3 suboficiales, 14 sargentos, 30 cabos, 16 cornetas, 16 guardias 1º y 248 guardias 2º) y otras 157 de Caballería (1 suboficial, 6 sargentos, 16 cabos, 6 trompetas, 9 guardias 1º y 119 guardias 2º).
La plantilla de la Comandancia de Melilla, mandada, desde el 8 de agosto, por el teniente coronel Antonio Escobedo Góngora, se componía de 1 teniente coronel, 1 comandante, 2 capitanes, 4 tenientes, 2 alféreces y 174 clases y tropa de Infantería (1 suboficial, 6 sargentos, 10 cabos, 4 cornetas, 4 guardias 1º y 149 guardias 2º).
Con dichas nuevas plantillas se pretendía también, en un momento que ya se empezaba a percibir el final de la campaña, a dotar a las plazas de Ceuta y Melilla y al Protectorado de un despliegue y personal estable, cuyo principal servicio fuese el tradicional y peculiar del Benemérito Instituto, así como dejar de tener que seguir concentrando personal de otras comandancias de la Península.
No obstante, hasta la finalización de la campaña seguiría existiendo personal peninsular concentrado para seguir prestando, sobre todo, funciones de policía militar en las unidades expedicionarias.
La circular nº 18, de 26 de octubre de 1926, dimanante del negociado 2º de la sección 1ª de la Dirección General de la Guardia Civil, relativa a destinos y traslados de tropa, establecería que el destino al 28º Tercio sólo podrían solicitarlo los individuos de estado soltero y viudos sin hijos.
Quedaban exceptuados las clases, por no haber suficientes de estado soltero, pero serían preferidos éstos; igualmente, serían preferidos para las comandancias de dicho Tercio, las clases e individuos que poseyeran conocimientos de árabe.
Por otro lado, y conforme al Manual del Guardia Civil, editado en 1926, la división militar territorial de Marruecos era la que se expone a continuación, significándose que en todas las circunscripciones, sectores y subsectores existían desplegadas fuerzas del Benemérito Instituto.
La Zona del Protectorado de España en Marruecos estaba dividida en cuatro circunscripciones (Melilla, Rif, Ceuta-Tetuán y Larache). Cada circunscripción se dividía a su vez en sectores, y éstos en subsectores, cuando su extensión así lo exigía. El Alto Comisario era, a la vez, el jefe superior de las fuerzas militares y somatenes, así como segundo jefe e inspector general de las Intervenciones y fuerzas jalifianas.
La circunscripción de Melilla comprendía los territorios de Melilla y las islas Chafarinas, estando dividida en los sectores de Melilla, Drius (subsectores de Drius y T’zlata Eslef) y Tensaman (subsectores de Sidi Dris y Dar-Quebdani).
La circunscripción del Rif, que comprendía los territorios del Rif central y los peñones de Alhucemas y Vélez, estaba dividida en los sectores de Ketama (subsectores de Badú, Bab-Tizi y Rihana), Targuist (subsectores de Ferrah, Areg y Tizi-Ifri) y Beni Urriaguel (subsectores de Tamasint y T’znin Beni Hadifa).
La circunscripción de Ceuta-Tetuán comprendía los territorios de Tetuán, Xauen y la plaza de Ceuta, estando dividida en los sectores de Ceuta, Tetuán (Rincón de Medik, Tetuán y Laucien), R’gaia (subsectores de R’gaia y Fondak), Zoco el Arbáa (subsectores de Buharrax, Taranés, Zoco el Arbáa y Dar Akobba) y Xauen (subsectores de Xauen, Ajmas Occidental, Ajmas Oriental, Zoco T’zalata, Uad Lau y Punta Pescadores).
La circunscripción de Larache, que comprendía los territorios de Larache, Arcila y Alcazarquivir, estaba dividida en los sectores Norte (subsectores de T’znin, Aulef y Zoco el Jemis de Beni-Aros) y Sur (subsectores de Alcazarquivir, Teffer y Mexerah).
A finales del mes de diciembre de 1926, el teniente coronel Aranguren sería relevado en el mando de la Comandancia de Ceuta por el de igual empleo José Flores Mayor, quien, a su vez, fue sustituido el 31 de octubre de 1927, por Joaquín Fernández Trujillo. Respecto a la Comandancia de Melilla, el teniente coronel Escobedo permanecería al frente de la misma hasta el 5 de abril de 1928.
El 10 de julio de 1927, con la ocupación del Yebel Taria y el rincón de Guezau sin resistencia alguna, ya que la kabila del Ajmás, cumpliendo lo prometido, había entregado su armamento a los oficiales de Intervenciones situados a tal fin en la vanguardia de las columnas españolas, se daba por concluida la última de las Campañas de Marruecos.
A partir de entonces, la Guardia Civil tendría la importante responsabilidad de contribuir a mantener la paz y la seguridad pública del Protectorado hasta el año 1960, cuatro años después de su independencia en 1956.
DESPLIEGUE, MISIONES Y RECOMPENSAS
Al finalizar la campaña, el 28º Tercio de la Guardia Civil de Marruecos, se encontraba desarrollando una gran variedad de misiones, muchas de ellas no contempladas normativamente, pues, con frecuencia, se asignaban en función del criterio de cada autoridad militar del territorio en que estuvieran ubicadas las diferentes unidades que lo integraban.
Realmente siempre se echó en falta una disposición legal que recogiese todas las misiones y competencias a ejercer en el Protectorado por la Guardia Civil y que, a pesar de haber sido recabada por los diferentes cuadros del Instituto en Marruecos, al objeto de unificar criterios, funciones, dependencias y procedimientos, nunca llegó a plasmarse.
Así, por los puestos de Ceuta, Príncipe Alfonso, Negro, Rincón de Medik, Malalién, Tetuán, Sania-Ramel y Río Martín, se prestaba el servicio de vigilancia y protección de carreteras y vías férreas de Ceuta, Tetuán y Tetuán-Río Martín,
Por los puestos de Castillejos, Príncipe Alfonso, Negro, Malalién, Sania-Ramel y Restinga se prestaba el servicio de guarnición de posiciones y puestos militares.
Por los puestos de Tetuán, Arcila, Larache y Alcazarquivir se prestaba el servicio de vigilancia en las puertas de las murallas para regular la entrada y salida de indígenas, recogida de armas y contrabando de alimentos y guerra, así como también el de patrullas y custodia de la poblaciones y sus inmediaciones durante la noche, custodia de bancos y vigilancia de fábricas de luz y otras.
Los puestos de R’gaia, Puente Internacional y Puente del Yedid, situados en los límites de la Zona Internacional, prestaban el de visado de pasaportes y vigilancia contra el enemigo a la entrada de las poblaciones y en las carreteras de acceso y salida.
En los de Larache, Arcila, Ceuta, Río Martín y Melilla se prestaba el servicio de vigilancia de contrabando de guerra, entrada de pasajeros y custodia de mercancías y material de guerra.
El destacamento de Alhucemas, en donde se encontraban las bases de aprovisionamiento del Ejército de Operaciones, prestaba el de estadística de entrada, vigilancia de personal, custodia de material y mercancías.
Por los puestos de Alcazarquivir, Larache, Tetuán, Río Martín, Ceuta y Melilla, se prestaba el servicio de escolta de trenes y el de conducciones de presos y prisioneros.
El de Melilla prestaba el servicio de vigilancia y seguridad en los barrios obreros y el de garantía del trabajo en las minas.
Así mismo, y con carácter genérico, en todas las poblaciones donde existían puestos de la Guardia Civil, se vigilaban los cierres de establecimientos por la noche y las huertas próximas a los núcleos de población.
En las vías de comunicación se prestaban el servicio de policía de carreteras y seguridad de personas y propiedades. En las plazas, el servicio de asistencia a los jueces militares y civiles, así como el de conducción de presos. En los despoblados prestaban el servicio de vigilancia y busca y captura de delincuentes.
En todas las posiciones militares, campamentos y columnas, prestaban el servicio de vigilancia de vivanderos, cantineros y personas que acompañaban al Ejército, captura de delincuentes, desertores y cumplimiento de los bandos y disposiciones que dictasen las autoridades y los jefes de posición o columna. En todas las dependencias militares prestaban también el servicio de estafeta para la conducción de pliegos reservados o de importancia.
Por último, manifestar que durante las operaciones de guerra, las fuerzas de los puestos del Benemérito Instituto siempre colaboraban en todo momento con las unidades del Ejército que actuasen en sus demarcaciones, prestándoles el apoyo necesario.
Ejemplo de la extraordinaria y desconocida labor llevada a cabo en el Protectorado por la Guardia Civil de Marruecos en el periodo enero de 1919 - abril de 1927, lo constituyen los siguientes datos: 189 servicios humanitarios; 3.104 detenidos por diferentes causas; 200 armas recogidas; 20 contrabandos aprehendidos; 1.886 denuncias formuladas por diferentes conceptos; y 10.145 cabezas de ganado denunciadas.
Así mismo, en reconocimiento y recompensa por la meritoria actuación de los guardias civiles de Marruecos durante el periodo citado, y hasta el mes de abril de 1927, se publicaron la concesión de un total de 9 ascensos por méritos de guerra, 3 cruces de María Cristina, 2 cruces del mérito militar de 2ª clase con distintivo rojo, 3 cruces del mérito militar de 1ª clase con distintivo rojo; 1 cruz bicolor de 1ª clase; 8 cruces de plata del mérito militar con distintivo rojo pensionadas; 124 cruces de plata del mérito militar con distintivo rojo; 3 medallas de sufrimientos por la patria; y 11 cruces de beneficencia.
Posteriormente, y a propuesta del Jefe Superior de las Fuerzas Militares en Marruecos, se concedería, por real orden circular de 9 de noviembre de 1927, en atención a los servicios que prestaron y méritos que contrajeron en nuestra Zona de Protectorado en Marruecos, al haber tomado parte en el periodo comprendido entre el 1 de octubre de 1925 y el 30 de septiembre de 1926, en, al menos, tres hechos de armas o realizar igual número de ellos distinguidos, sin ocasión de combate, pero no exentos de peligro, un total de 296 cruces de plata del mérito militar con distintivo rojo o bicolor.[23]
Igualmente, y bajo las mismas circunstancias, se concederían, por real orden circular de 4 de febrero de 1928, otras 403 cruces de plata del mérito militar con distintivo rojo o bicolor, relativas al periodo comprendido entre el 1de agosto de 1924 y el 1 de octubre de 1925.[24]
UNIFORMIDAD Y ARMAMENTO
Hasta 1901, las fuerzas de la Guardia Civil destacadas en Ceuta y Melilla estuvieron utilizando el mismo uniforme, en sus diversas modalidades, que los destinados en el resto del territorio nacional, la cual, dada la diferente climatología, no podía considerarse como la más apropiada para montar servicio.
Por ello, aquel año se dictó por el Ministerio de la Guerra, una real orden de 24 de julio que empezó a introducir pequeñas diferencias. El tejido de algodón azul tina seguiría siendo en confección igual al de paño para la Península, pero se eliminarían los vivos, con cuello y puños rojos y pantalón abrochado por el tobillo. Así mismo, para verano, y al igual que en otras zonas del territorio nacional de similar climatología, se utilizaría una funda blanca para el sombrero.
Sin embargo, y dado que esas modificaciones no eran suficientes, se terminaría por adoptarse, a partir de 1908, el uniforme de “rayadillo”, suprimiéndose el cuello y puños rojos y las hombreras de cordón.
Pero, puesto que dichas prendas no eran tampoco las más adecuadas para prestar servicio en aquel territorio, y, además, desentonaban con las adoptadas por el resto de la guarnición militar, máxime cuando prestaban el servicio de campaña, se decidió aprobar, por real orden de 12 de julio de 1913, el uso del uniforme caqui.
Inicialmente, la autorización sólo se dio para utilizarlo en los meses de verano, que eran los de mayor calor, pero con el paso del tiempo se iría extendiendo su uso a todo el año. El nuevo uniforme se componía de guerrera y pantalón de igual forma y dimensiones que el señalado en la cartilla de uniformidad para el gris de servicio, sin vivos ni carteras grana en la guerrera, y con botones de pasta; debiéndose sustituir la funda blanca del tradicional sombrero por otra de color caqui e igual tela que la del uniforme.
Las polainas se sustituyeron por unos botines, también de color caqui, que se abrochaban con seis botones de pasta y trabilla de cuero color avellana. El tiempo de duración se fijó en 30 meses para la guerrera y la funda del sombrero y 18 meses para los pantalones y los botines. Todo ello no debería superar la cantidad de 20 pesetas y deberían facilitarse por cuenta del Estado con cargo al presupuesto de “Acción en Marruecos”.
El 18 de diciembre de 1913 se anunció el primer concurso público, a celebrarse el día 3 de enero de 1914 en la Dirección General de la Guardia Civil, sita por aquel entonces en el Ministerio de la Guerra, para suministrar 400 uniformes caquis con destino a la fuerza del Benemérito Instituto que prestaba servicio en el norte de África.
En relación al uso de polaina sólo por los jefes y oficiales de la Guardia Civil destinados en África, se dictó por la Sección de Instrucción, Reclutamiento y Cuerpos diversos del Ministerio de la Guerra, una real orden circular de 25 de febrero de 1914, mediante la que se les autorizaba a emplear, con el uniforme gris o caqui, unas de cuero color negro, de una sola pieza, moldeadas en forma que se adaptase a las piernas.
Años más tarde, por real orden circular del Ministerio de la Guerra de 5 de agosto de 1922, se aprobaría la nueva Cartilla de Uniformidad de la Guardia Civil, en cuyo capítulo sexto se detallaba el uniforme del personal destinado en África. A saber: la guerrera y el pantalón debían de ser de color caqui, si bien de igual forma y dimensiones que el que señalaba la cartilla para el uniforme gris, sin vivos ni carteras grana en la guerrera y con botones de pasta. La funda gris para el sombrero debía ser sustituida por otra de color caqui e igual tela que el uniforme. Respecto a las polainas, se debían usar las mismas que eran reglamentarias para la tropa de la Península.
Realmente casi no se hizo otra cosa que legalizar reglamentariamente una uniformidad que, inicialmente autorizada sólo para el periodo estival, se venía utilizando en todo tiempo por necesidades del servicio y con el consentimiento de los respectivos Comandantes Generales, desde hacía varios años.
Por último, en el boletín oficial de la Guardia Civil de 20 de diciembre de 1928, se recordaría que al haber finalizado el plazo que prevenía la circular nº 19, de 30 de noviembre de 1926, para el uso de trajes que se diferenciaran del color reglamentario, la fuerza del 28º Tercio debía tener muy presente que el uniforme caqui sólo debía usarlo en Marruecos, debiendo usar el traje gris o el que correspondiese a la Península al venir a ésta última para asuntos del servicio o por cualquier otra causa.
Respecto al armamento, la fuerza de Infantería estaba dotada del fusil Mauser de calibre 7 mm., modelo 1893, mientras que la de Caballería tenia adjudicada la carabina Mauser, de igual calibre, modelo 1895. Posteriormente, a partir de 1916, empezarían a ser parcialmente sustituidos por los mosquetones Mauser, modelo 1916 y 7 mm. de calibre, que utilizarían los machetes-bayoneta modelo 1913.
Todos los oficiales y las clases y tropa de Caballería utilizaron el sable modelo Puerto Seguro, en sus diferentes versiones, mientras que como arma corta de fuego estuvieron dotados, hasta 1920, con el revólver Orbea, modelo 1884, de calibre 11 mm., siendo, a partir de entonces, sustituidos por las pistolas marca Star, de calibre 9 mm., para cartucho largo, inicialmente del modelo 1920, y posteriormente también con los modelos 1921 y 1922. [25]
EPÍLOGO. OPINIONES SOBRE LA GUARDIA CIVIL DE MARRUECOS
A pesar de haber consultado y estudiado durante años cuantos archivos y documentos, tanto oficiales como particulares, amén de libros y artículos, he ido encontrando, que hicieran mención por nimia que fuera, sobre la presencia de la Guardia Civil en aquellas Campañas de Marruecos, me resisto, a dar mi valoración y reconocimiento personal sobre la labor de aquellos beneméritos y abnegados hombres. El motivo es bien sencillo de entender. Hace ya unos ochenta años, personas infinitamente más autorizadas y conocedoras directamente de la cuestión, que quien escribe estas líneas, ya dijeron todo lo que se tenía que decir.
El general de Caballería Manuel Fernández Silvestre manifestaba en el diario "ABC" en noviembre de 1919, durante su estancia en Madrid, lo siguiente:
“La escasa Guardia Civil que allí tenemos hace servicios inapreciables, pero están materialmente destrozados por el constante y peligroso servicio que sobre ellos pesa. A retaguardia de la primera línea, ocupada por fuerzas del Ejército, los vamos estableciendo en puestos, como en la Península, para que desde ellos irradie su acción. El prestigio que tienen entre los moros por su veterana bizarría y su práctica de servicio, evitará las agresiones constantes a convoyes y viajeros que no se pueden hacer desaparecer de otro modo. Allí hay un problema de bandolerismo, como lo hubo en España, de fácil solución con fuerzas del Benemérito Instituto”.
Por su parte el escritor Luis Antón del Olmet, en su libro Tierra de Promisión (Catecismo de la raza), editado en 1913, escribiría los siguientes párrafos dedicados a aquellos guardias civiles:
"Son unos hombres serios, de muy viejo porte militar, bigotazo y tricornio, el deber por religión, el ánimo prudente y atrevido. Graves, avizores, en lo alto de las crestas difíciles, tienen a raya al moro. Ni un "paco" se acerca, la Guardia Civil le inspira temor y respeto. ¿Por qué?. ¿Por qué no se atreven con ella?.
El guardia civil es soldado ideal. Es voluntario, es ducho, pasó generalmente de los treinta años, conoce la bala y la muerte, y no tiene una sola inferioridad con relación al soldado indígena. Desperdigado por estratégicas parejas, es un admirable "contrapacos". Sabe tirar a tenazón, como pide Burguete para todo el Ejército. Sus ojos conocen los secretos del campo. Ve rebullirse a una sabandija y escabullirse a un moro. ¡Cualquiera sorprende a una de esas parejas de la Guardia Civil!
El guardia civil no se queja, no se duele jamás.”
También, en el interesantísimo artículo titulado Responsabilidades por la recluta, publicado en el diario “Heraldo de Madrid” el 31 de julio de 1922, se dedicaban los siguientes párrafos a la Guardia Civil de Marruecos:
"Si en vez de soldados que, constreñidamente, están en filas, hubiéramos llevado Tercios de la Guardia Civil, que los componen voluntarios, con la décima parte ¾léase bien¾ con la décima parte de los soldados que se enviaron a Melilla, el general Berenguer hubiera logrado un avance rápido y la consiguiente desmoralización de las kabilas, que se envalentonaron al ver que nuestros soldados no sabían tirar y que una compañía de guerrilla no lograba hacer un solo blanco en las cercanías del grupo de moros que atacaban.
Aparte de que la misión de la Guardia Civil no es la guerra, es imposible desprendernos de ella, porque en nuestros campos y nuestros montes hay congéneres de los moros que asaltan al caminante, roban los ganados y carbonizan los bosques.
Es la instrucción, la educación, lo que modifica al hombre para su trato con los hombres, y por ello volvemos a nuestro punto inicial. A África no se pueden mandar soldados bisoños forzosos. Con ellos, voluntarios y conscientes, ni hubiésemos sufrido sorpresas que desde hace años soportamos, ni el general Berenguer se hubiera visto sometido a la inacción.
Pregúntese a cualquier general o jefe si prefiere, para combatir en África, disponer de 5.000 guardias civiles o que de los Cuerpos le entreguen 50.000 soldados, y dirán que aquella campaña no es de número, porque no hay terreno donde mover las fuerzas y la impedimenta es agobiante, sino que es de calidad porque se tiene eficacia, movilidad y poco peso muerto."
Por último sólo queda reproducir las sencillas líneas dedicadas a las Campañas de Marruecos en el capítulo de “Hechos de Armas” que figuraban en los Anuarios Militares de España editados por el Ministerio de la Guerra y correspondientes a los últimos años 20.
"Guerra de Marruecos: Tetuán; Ocupación del poblado de Beni-Salah y de las posiciones de Bucardu, Kudia-Dalaiz, Ain-Hammú, Bel-Abbas y Fondak de Ain-Yedida (1919); ídem de Xauen (1920); Larache: Ocupación de Hadda de Rumain, Toria, Seriya, Hardia, Arba-el-Kal-la, Melha, Salinas, Herb, Tafferú y Resil (1920); ídem de Kudia-Ruida, El Harcha, Gaitán, Maisna, Sidi-Bugaria, Rof, Sidi-Gorra y Afferun (1921); Melilla: Defensa de San Juan de las Minas, Zeluán y Nador (1921)."
Seguramente, a partir de ahora para el lector ya no será tan desconocida la gesta del Benemérito Instituto de la Guardia Civil en las Campañas de Marruecos.
Notas de pie de página.
[1] Ver el trabajo La Guardia Civil en el norte de África de Francisco Martínez Quesada, publicado en 1976 en el nº 17 de la, desgraciadamente desaparecida "Revista de Estudios Históricos de la Guardia Civil".
[2] Ibid.
[3]Ver el trabajo del autor La Guardia Civil en las Campañas de Melilla, publicado en el mes de febrero de 1989 en la "Revista Profesional Guardia Civil".
[4] Ver el artículo del autor Primer Centenario de la Guardia Civil ceutí (1898-1998), publicado el 25 de enero de 1998 en "El Faro de Ceuta".
[5] Por real orden circular del Ministerio de la Guerra, de 8 de febrero de 1913, y a petición del Director General de la Guardia Civil y con el informe favorable del provicario general castrense, se había declarado patrona del Benemérito Instituto a la Virgen del Pilar.
[6] Sargento Miguel García Herrera; cabos, Antonio Crespo Valdivielso y José León Fardán; guardia 1º, Victoriano García Romera; guardias 2º, José Torres Barca, Alfonso Díaz Brosard, José Escoto Orozco, José Bailac Rodríguez, Juan Lopera Ruiz, Miguel Vázquez García, Tomás Alonso Figueroa, Francisco Ponce Gil, Jerónimo Caracuel Auñón y Ramón Peña Martín.
[7] Ver el trabajo del autor Cabo Tomás Sierra Martín: Héroe de la Guardia Civil en Cuba y Ceuta, publicado en "El Faro de Ceuta", el 7 de marzo de 1999. Poco después de ello, la Ciudad Autónoma de Ceuta sustituyó la deterioradísima lápida que cubría el nicho por otra nueva.
[8] Dichas instrucciones que iban dirigidas al coronel Subinspector del 18º Tercio de Cádiz, fueron reproducidas en 1914 por la Imprenta del Benemérito Instituto en la "Recopilación de las Reales Órdenes, Circulares y Sueltos de interés para la Guardia Civil expedidas por los diferentes Ministerios y la Dirección General del Cuerpo".
[9] Los felicitados fueron el comandante del puesto de Arcila, cabo Faustino Díez Aparicio y los guardias Pablo Gutiérrez González, Bernardino Tapiz Vélez, Isidoro Hernández Tamames y Tomás Bermejo López.
[10] Ver los trabajos del autor, La Guardia Civil en las Campañas de Melilla, ya citado, y La Pareja de la Guardia Civil, publicado en el diario "Melilla Hoy", el 12 de octubre de 1990.
[11] Boletín Oficial de la Guardia Civil de 16 de mayo de 1921: "Las divisas señaladas para los suboficiales de la Guardia Civil por real orden circular de 17 de diciembre de 1920, eran dos galones de panecillo de plata de 12 milímetros de ancho y separados entre sí 10, que iban colocados longitudinalmente, sin terminar en punta de sardineta, en el centro de las bocamangas de las respectivas prendas de uniforme y en la capota o capote y tresillo correspondiente, en igual forma que las llevaban las demás clases de tropa. La separación de ambos galones había de ser del color de la bocamanga o prenda respectiva."
[12] Francisco Martínez Quesada. Op. cit.
[13] Ver las obras Campañas en el Rif y Yebala (1921-1922). Notas y documentos de mi Diario de Operaciones, de Dámaso Berenguer Fusté, editado en 1923 por Ed.Voluntad; Melilla, apuntes de su historia militar, de Severiano Gil Ruiz y Miguel Gómez Bernardi, editada en 1997 por la Comisión del Quinto Centenario de Melilla; y Las imágenes del desastre. Annual 1921, de Antonio Carrasco García, editado en 1999 por Almena Ediciones.
[14] Jesús Núñez Calvo. La Guardia Civil en las Campañas de Melilla.
[15] Ver Historia secreta de Annual de Juan Pando Despierto, editado en 1999 por Ediciones Temas de Hoy, S.A.
[16] Ver el trabajo El ignominioso final de cuatro guardias civiles héroes de la guerra de África, de José Luis Cervero Carrillo, publicado en los meses de enero y febrero de 1998 en la "Revista Profesional Guardia Civil".
[17] Ver La Guardia Civil en África. Su vida en campaña, publicado en el boletín oficial de la Guardia Civil nº 16 de 1 de junio de 1927.
[18] Historia de las Campañas de Marruecos, tomo 4, Servicio Histórico Militar, 1981.
[19] La Guardia Civil en África. Su vida en campaña.
[20] Ver el trabajo del autor 75º aniversario del ataque al campamento de Tafersit (1925-2000), publicado en el mes de octubre de 2000 en la "Revista Profesional Guardia Civil".
[21] "D.E.P., Juan Gallardo Saldaña, Guardia Civil que dio su vida por la Patria en el Campamento de Tafersit, el 27 de diciembre de 1925. Los Jefes, Oficiales e Individuos de la Comandancia de Marruecos, orgullosos de su valeroso proceder, dedicaron sencillo homenaje a su memoria."
[22] Boletín oficial de la Guardia Civil de 20 de septiembre de 1926.
[23] En los boletines oficiales de la Guardia Civil de 20 de noviembre y 10 de diciembre de 1927 se publicaron las relaciones nominales completas.
[24] En el boletín oficial de la Guardia Civil de 1 de marzo de 1928 se publicaron las relaciones nominales completas, firmadas por el teniente coronel jefe del estado mayor de la circunscripción Ceuta-Tetuán, Eduardo Rodríguez Caracciolo.
[25] Ver los trabajos del autor El camino hacia una pistola reglamentaria en la Guardia Civil, publicado en la revista "Armas" en noviembre de 1998 y Las primeras pistolas Star de la Guardia Civil, publicado en la "Revista Profesional Guardia Civil", en agosto de 2000.